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Ser médico

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Por Carlos Emilio Álvarez |

El artículo del Dr. Ricardo Lara, “LA ACADEMIA EN LA MEDICINA”, publicado en el Diario de Hoy del Viernes 13 de Mayo, me ha inspirado para escribir esto.

El Dr. Lara recuerda un poco lo que era aprender a ser médico “en nuestro pasado”, y cómo ha cambiado la preparación de los nuevos médicos, basándose en otra metodología a base de táctiles; asimismo insta a las autoridades regentes de la academia y de la medicina de “retomar la academia como uno de sus logros o metas”. También menciona la carga laboral y la competencia con los compañeros.

Leerlo me ha traído a la mente el artículo que publicó el Maestro Vásquez en la Prensa Gráfica el 12 de Junio de 1972 - hace 50 años - en el día del Estudiante de Medicina, titulado: “MEJOR CURANDEROS QUE MEDICOS CHAMBONES”. Ahí menciona tres requisitos: vocación, espíritu de moralidad intachable y adquirir una solida preparación.

Y dice: “Olvidar estos requisitos y preparar inadecuada o precipitadamente a los médicos haciendo valer el argumento de que hay urgencia de mayor número de ellos para atender hasta en los más apartados rincones del país a las pobres gentes que viven y mueren sin asistencia médica es un grave error. Es preferible que esa pobre gente siga en manos de curanderos y no en las manos de médicos mal preparados. Los primeros, en general, no dañan: aconsejan infusiones de diferentes plantas, manteca de zorrillo, unturas, etc., mientras que un médico chambón, autorizado como está para manejar drogas delicadas, no solamente no cura al paciente, sino que lo expone a males peores que los que se trata de curar”.

Yo fui estudiante, interno y residente en los años sesentas y setentas. En esa época no teníamos celulares ni computadoras, mucho menos no existía el internet y la metodología moderna: tampoco habían ultrasonido, tomografía y resonancia magnética . La base era la clínica (historia y examen físico); nos hicieron mucho énfasis en observar al paciente , por ejemplo: “el paciente en coma por problemas cerebrales nos enseña dónde tiene la lesión” (al levantarle los párpados los ojos están rotados hacia el lado de la lesión), o el paciente que “camina como pato” tiene neuropatía periférica.

Los profesores de esa época eran exigentes, hoy les dirían “yucas”, pero muy respetuosos y sin insultos (claro, siempre habían excepciones). Tuve la suerte de tener muy buenos profesores, a quienes recuerdo con cariño, pero ante todo, con mucho respeto (para algunos - me disculpo por los apodos). Algunos del área básica: Dra. Rodríguez, Gallito Ruiz, Cedillos, Chele Berrios, Godoy. En el Rosales: a mi maestro y amigo Simón Basagoitia, al Maestro Luis Edmundo Vásquez, Dra. de Allwood, Perico Fernández, Charro Moreno, Juan y Roberto Hasbún, Enrique Muyshondt, Canducho Rodríguez Pacas, Mario Reni Roldan, Chucho Morán, Donato Aparicio, Elmer Ávila Rosales, Juan José Rodríguez, Chicopipa Velázquez, Dr. Platero, Dr. Raúl Arguello Manning, Mario Sosa y Julio Astacio, Romero Alvergue, y muchos más. En el Bloom y Maternidad: Guillermo Guillen Álvarez, Roberto Orellana, Juan José Arce Suarez, Lazo Guerra, Jiménez Castillo, Rodríguez Porth, Vernon Madrigal, “Pan de Dios” Suárez Mendoza. Muchos se me quedaron en el tintero pero mi respeto va para ellos.

Desde el cuarto año hacíamos turnos con los internos y residentes; de ellos aprendíamos y si teníamos suerte, nos dejaban hacer una que otra cosita. También aprendíamos mucho de las enfermeras experimentadas.
El internado, año social y residencia eran otra cosa; muchos turnos, largas horas de trabajo y nada, o muy poca, paga.

Todos los sábados, en el Hospital Rosales habían Conferencia Anatomo-Clínica donde un profesor presentaba un caso sin saber el diagnóstico, hacia el diagnóstico diferencial y daba su diagnostico final; después de la discusión, el Patólogo daba los resultados de la autopsia y el diagnóstico definitivo. Lo mismo hacia el Maestro Vásquez con los estudiantes, con Anatomo-Clínica del Massachusetts General Hospital. Estas conferencias eran de suma utilidad en la formación del médico.

Recibíamos clases magistrales en la Rotonda y la mayoría del día en los hospitales (Rosales, Bloom-antiguo y actual, Maternidad-antigua, el Psiquiátrico-al final de la 29, y el Neumológico en Los Planes).

Me atrevo a decir que en mi curso salimos bastante bien preparados, gracias a excelentes profesores y al duro trabajo y empeño que tuvimos que poner.

Acabo de asistir a la graduación de mi nieto de la Facultad de Medicina de la Universidad de Duke, en los Estados Unidos. Me impresionó mucho la solemnidad del acto: las togas, en la bellísima capilla de la universidad, los discursos de los profesores, pero ante todo, me encantó que antes de darle su diploma a los graduados los pusieron de pie y los hicieron repetir, en voz alta, el clásico JURAMENTO HIPOCRÁTICO - con gran emoción yo también me puse de pie y lo repetí con ellos.

Me ha complacido ver la importancia que le dan a la academia en la Universidad de Duke, y especialmente, ver la importancia que le dan a la investigación; el tercer año enfoca solamente en desarrollar investigaciones científicas guiadas por un mentor (terminan por lo menos con un trabajo publicado en una revista médica). Lo mismo sucede en la residencia: en el caso de mi nieto, ha escogido hacer especialidad de cirugía que consta de siete años, y los años 3 y 4 lo dedican también a investigaciones clínicas que como resultado, deben de escribir, y publicar, por lo menos 5 artículos relacionados a sus investigaciones.

He puesto de manifiesto uno de los requisitos mencionados por el Maestro Vásquez: adquirir una solida preparación.
Los otros dos son igualmente, o quizás más, importantes: vocación y espíritu de moralidad intachable - y, con el permiso de mi Maestro, me atrevo a añadir un cuarto, una alta dosis de compasión.

La persona que decide ser médico y no tiene la tan imprescindible vocación, de seguro fracasará; muchos estudian medicina por variados motivos pero si no tienen la necesaria vocación de servicio, o no terminan la carrera, o si la terminan vivirán frustrados. Te debe de encantar la medicina, y tener una pasión inmensurable por ella.

La moralidad intachable es igual de importante ya que al médico inmoral, la vida y la sociedad le cobrará su falta de moral muy caro.

La compasión, y yo le añado una alta dosis de ella, es de gran utilidad para el médico. Sin ella, el médico pierde la oportunidad de sentir ese calor humano tan necesario para una íntima relación médico-paciente. Los últimos cinco años los he dedicado a hacer obra social y humanitaria para mis compatriotas de escasos recursos, y ahí se me a manifestado impresionantemente la importancia que tiene el darle cariño y compasión a tus semejantes.

El médico bien preparado, con amor y vocación a su carrera, de moralidad intachable, y con mucha compasión para su prójimo, sin duda alguna tendrá una vida de éxito, y la vida y la sociedad lo recompensará

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