La imagen general más cotidiana de utopía, define a la misma como un modelo de una sociedad que ha llegado a la mayor perfección en todas sus virtudes, o bien, como un sueño ideal de naturaleza irrealizable. Es innegable que el concepto generalmente goza de buena fama, pero ¿existe algo peligroso detrás de su aparente belleza?
Las utopías son razonamientos abstractos que representan un modelo determinado de sociedad de características intrínsecamente justas y de funcionamiento armónico. Las mismas pueden funcionar como ejercicios mentales e invitación a la reflexión. Sin embargo, cuando la utopía ideológicamente redefine el deber ser de las cosas, en lugar de asimilarlo (negando los méritos y la complejidad de la sociedad de la que se parte), su implementación se convierte en una necesidad enfermiza para quien la adoptó.
La axiomática perfección que se presume de una utopía no admite que exista una oposición a la misma, incluida la que ofrece la realidad. Una utopía no tiende a buscar ser coherente con la realidad, busca su destrucción y posterior reemplazo por una versión ideológicamente reinterpretada de la misma realidad. Esta redefinición inflexible se asegura de suprimir la disidencia tanto como le sea posible, mediante la imposición de una autoridad única (ya sea un grupo de personas o un discurso), de la que todos los involucrados en la lucha por la utopía desean formar parte cuando esta sea finalmente implementada. Visto así, las utopías tienden a ser adoptadas por megalómanos como representaciones de su propio egocentrismo.
La sociedad que se busca construir se vuelve un fin en sí mismo. Si la utopía es el fundamento de la virtud, la oposición contra la misma se convierte en el fundamento del mal; y cuando esta oposición es frontal, se convierte en un mal intrínseco, y por ello es, para un utopista, deseable o imperativo el erradicarla junto con quienes la representan.
Pretender que se puede construir una sociedad perfecta, por y para humanos de naturaleza caótica e imperfecta, conlleva al desprecio internalizado del ser humano o bien a la negación de su naturaleza. Por tanto, ambos conceptos buscan ser redefinidos y sometidos al poder de los representantes de una utopía.
El afán del utopista revolucionario por recrear desde cero su visión del mundo ignora y desprecia el estado inicial de la realidad, pues no es capaz de entender su complejidad, ni la historia que la llevó a ser tal cual es, además de su capacidad o incapacidad de ser modificada. Por ello, se encarga de evadir estos cuestionamientos, presentando la realidad y su historia como una simplificación caricaturizada de sí misma.
Por todo esto, el utopismo que redefine desde el poder político, el deber ser de las cosas, no debería ser tomado como un simple deseo noble por mejorar el mundo, más bien debería ser cuestionado, no evaluando sus fines por encima de los medios que este impone.
Estudiante de Economía
Club de Opinión Política Estudiantil (COPE)