¿Sabe la canción “Me olvide de vivir”? Comienza diciendo: De tanto correr por la vida sin freno/Me olvidé de que la vida se vive un momento/De tanto querer ser en todo el primero/Me olvidé de vivir/Los detalles pequeños…
Aplicando este contexto a personas que dedican su vida y tiempo a otros, recordé varios casos de señores y señoras, más frecuente en señoras por su instinto maternal, que en toda su vida priorizaron el bienestar, el confort y la supuesta felicidad de las personas de su entorno y fueron posponiendo y posponiendo, incluso teniendo recursos, las cosas que les hubiera gustado hacer. Para algunas, el tiempo pasó más rápido de lo que imaginaron, los hijos crecieron y cada cosa que pensaban sería de una manera, de pronto cambiaron su rumbo, la salud con los años se deterioró y vivieron su final entre médicos y enfermeras.
Como seguramente usted conoce casos y situaciones similares, mi intención es que si siente que se encuentra en el espiral de la excesiva dedicación a otros, quizás es el momento de hacer un alto en el camino y reflexionar, sobre cómo está viviendo y cómo se podría vivir, reorientándose y atendiendo un poco más s salud, su bienestar y las satisfacciones que generan las cosas que se desean y se pueden hacer, pero que las viene posponiendo y posponiendo para más adelante, sin considerar que el tiempo y la vida van en la realidad un poco más rápido de lo que se percibe… Si ya ronda cincuenta o más años y trabaja desde los veinte, después de treinta años de dedicación a su familia y sus seres queridos, las obligaciones básicas ya las cumplió y es tiempo de pensar y dedicarse a lo que siempre quiso hacer.
Sin duda, la sociedad viene, está y seguirá cambiando y las relaciones interpersonales son muy diferentes entre los padres e hijos de hace treinta o cuarenta años y quienes entonces eran hijos y actualmente son padres y madres.
Observe hace unos días en un restaurante donde conversábamos con un amigo sobre las cosas que pasan aquí cuando en la mesa de la par se sentaron una madre relativamente joven frente a su hija de unos diecisiete años. El camarero les llevó el menú, cada una pidió lo que deseaban. La señorita subió las piernas a la silla en posición de yoga, sacó su teléfono inteligente, les sirvieron la comida, cada una comió su menú y la señorita no dedicó ni una mirada, ni una palabra a su madre que la observaba en silencio los cuarenta minutos que comieron. Percibí en la expresión de la madre que deseaba hablar sobre algo, pero en ningún momento interrumpió a su hija que sonreía y continuaba atendiendo su teléfono inteligente intercambiando mensajes.
Como respuesta a esta y muchas otras formas de cambios en nuestra sociedad que ha distorsionado la forma de interrelacionarse, en la que se dedica más tiempo y atención al que está en otro lugar, que al que está enfrente, es justo, humano y no es egoísmo dedicar más tiempo y vida a uno mismo.
Olvidarse de vivir y de disfrutar los momentos preciosos que nos ofrece la vida por dedicarse de lleno a la gente del entorno que no lo aprecia es un desperdicio de vida que no debemos asumir y lo más humano que se debe hacer es dedicarse más tiempo para acercarse a la propia felicidad.
Si le parece este planteamiento, espero que este a tiempo de concentrarse más en sí mismo, hacer lo que desea y no quedar en el recuerdo, como uno más que “se olvidó de vivir”. Si le toque alguna fibra y no está de acuerdo, no se enoje conmigo y pase un buen domingo.
Ingeniero/Pedroroque.net