Al medio de la estremecedora soledad de aquella remota isla del mar Rasa del planeta Akala (el sin tiempo) descubrimos nuestra interior soledad. “Solos y desnudos nos hizo llegar al mundo la Creación –dije a la amada Karuna. Solos -e igualmente desnudos- nos borramos en el mismo episodio de la vida. Pero el prodigio del amor nos hizo un solo ser de la inmortalidad.” Habíamos llegado al “Bodhi” –la iluminación—que es el despertar de la consciencia. La ciencia terrestre dio el poder a la Humanidad de destruir su último paraíso. La misma ciencia le hizo huir a las estrellas, buscando otro hogar. Éramos pues fugitivos de una civilización hundida en el “avidya”, la ignorancia de la verdad de sí mismos (Satya). El sol se va al atardecer; el mar en bajamar, prometiendo regresar. Es el prometido amanecer de las mareas. Igual es el volver del ser humano a sí mismo, a la Divina Luz que ilumina su universo interior. “El sol ha de tornar. Así el amor. Así la vida” –dijo Karuna, abrazando a Indra –hijo del oriente—como abrazando al silencio estelar que una vez fue humano. Luego nos sumergimos en el “nidra”, el sueño profundo del amor. (XLVII)