Nuestro momento histórico abunda en razones para desanimarse: un conflicto con sabor a guerra mundial, una epidemia que va y viene, países que no atinan con sus políticas desconcertantes, súper ricos junto a masas atrapadas en la miseria, un planeta que se está enfermando por culpa nuestra. Añada el lector sus propias constataciones de inseguridad, miedo, fracasos.
Celebramos el triunfo de Cristo resucitado sobre las potencias del mal. Y lo celebramos porque su triunfo nos involucra. El canto del Aleluya es la nota dominante en este tiempo litúrgico. ¿Se trata de una certeza o de una ilusión consoladora? ¿De verdad está Cristo resucitado metido en este mundo tan convulso ofreciéndonos una esperanza realista?
Abundan las historias, personales o grupales, con sabor a viernes santo. ¿Será también que otras historias vivan realmente en clave de resurrección triunfante?
Los discípulos de Jesús se adhirieron a ese Jesús de Nazaret que fascinaba por su poderosa palabra y los signos impresionantes que realizaba. Valió la pena dejar negocios, familia, proyectos personales para seguirlo con decisión clara. Pero, ante el final desastroso de su Maestro, todo se derrumbó. Las ilusiones que albergaban en sus corazones ilusionados los impulsó a dejar valientemente trabajos, familias y rutinas atraídos por el magnetismo que emanaba la persona de Señor.
La dolorosa pasión y muerte humillante de Jesús fue el balde de agua fría que apagó sus entusiasmos y frágiles fidelidades. El evangelio nos los presenta desanimados retornando a su antiguo modo de vida: pobres pescadores. “Voy a pescar”, dice uno. Los otros lo siguen. Pero la recuperación de su antigua vida no funcionó: “No pescaron nada”: es la constatación amarga del evangelista. La derrota de Jesús es su propia derrota.
El Resucitado va a buscar a sus discípulos descorazonados a la orilla del lago. El relato del encuentro es un modelo de delicadeza. Es el Amigo que trata de recuperar a sus amigos. Poco a poco su desánimo y derrota va dando paso a la visión gozosa del Maestro resucitado: ¡Es el Señor! El horizonte estrecho de Galilea se expandirá a todo el mundo. La nueva realidad del Resucitado los contagiará y se sentirán impulsados a llevar esa formidable noticia a todas las gentes.
¿Quién puede decir que en su vida no se han dado nubarrones, tormentas, túneles oscuros, horizontes cerrados, heridas de pecado? En lugar de mirar al suelo con mirada miope, se trata de alzar la vista y descubrir que el Señor Jesús está frente a nosotros con el poder del que venció el mal y ofrece vida abundante a quienes confían en Él. Y que nos puede hacer salir de nuestro encogimiento desanimado y abrirnos a la luz de la resurrección. Y lanzarnos a pregonar la gran noticia: Hay razón para la esperanza y la alegría.
Sacerdote salesiano.