En un artículo anterior expuse las razones de por qué la pandemia de covid-19 iba a mantenerse en el mundo por mucho tiempo. Más que por factores propios del virus, que son importantes, la principal razón está más que todo relacionada con la conducta humana. Son las decisiones que las personas toman las que inciden en el comportamiento de la pandemia y de su persistencia. Las personas se cansan del aislamiento, del distanciamiento social, del uso de mascarillas. Es natural que así sea pues los humanos somos seres sociales, tenemos tendencia al acercamiento y a la interacción. Pero los virus, que de alguna forma saben de estas características humanas, sobreviven porque se adaptan a las costumbres y las utilizan estratégicamente. Una de las formas que tienen los virus para mantenerse en las poblaciones, para sobrevivir en el sentido viral de la palabra, es disminuir su letalidad (virulencia es el término científico). No le conviene ser muy letal pues matando a su huésped se mata a sí mismo. Lo que hace es provocar una enfermedad menos grave, inducir una reacción humana de tranquilidad y de confianza y propagarse más cómodamente.
Las medidas de bioseguridad, como el distanciamiento social, la detección y el aislamiento de las personas enfermas, la segregación de grupos o clusters, las vacunas, han sido efectivas para disminuir los casos y también las muertes de una forma significativa. Pero cuando los casos disminuyen, cuando la infección es menos grave y las personas no terminan en un hospital, se produce una sensación de seguridad y el temor desaparece. La reacción posterior es la relajación de las medidas de protección. La gente vuelve a concentrarse, se olvida de los refuerzos de inmunización y deja de usar mascarillas. Como resultado vuelven a elevarse los casos y la pandemia continúa. Es contradictorio, pues cuando se pudiera vencer definitivamente al virus, darle el tiro de gracia, en lugar de eso se le da una nueva oportunidad.
Por otro lado, el surgimiento de las variantes del virus está directamente relacionado con la cantidad de personas que se infectan. Cada persona infectada permite al virus reproducirse millones de veces. Las reproducciones a la vez aumentan la probabilidad de mutaciones. Muchas mutaciones no tienen relevancia y no tienen un efecto importante, pero otras sí. Las mutaciones pueden hacer al virus más contagioso, resistente a las vacunas, más letal. Por la posibilidad de mutaciones y del aparecimiento de nuevas variantes con características particulares es que no se puede cantar victoria antes de tiempo. Estamos como en una pelea de boxeo; hemos dado a nuestro contrincante un golpe en el mentón que lo aturdió y lo tiró a la lona. No está noqueado y se levanta, pero en lugar de aprovechar esta temporal debilidad y arremeterlo de forma contundente, damos vueltas en el ring confiados, alardeando de una superioridad que tal vez no tenemos, con el riesgo de que se recupere por completo y nos noquee.
Esto los saben los epidemiólogos, los virólogos, los infectólogos, es decir, los expertos. El problema es que no se les escucha y prevalecen las decisiones que no tienen nada que ver con la ciencia. Tanto los organismos de salud a nivel internacional como la comunidad médica advierten que no es el momento para bajar la guardia en medidas de protección, no todavía. Esperar un poco más de tiempo y continuar con las medidas de protección es lo más sensato.
Médico Psiquiatra.