Hace 10 años el pequeño municipio de Nuevo Cuscatlán atestiguó el inicio de la carrera política del Presidente Bukele. Aquel era un Nayib muy distinto al de ahora, con ideas que en ese entonces presumía de nuevas pero que hoy en día riñen con su discurso y la realidad nacional.
“Con los Acuerdos de Paz, mi generación recibió un país más democrático”, declaró él cuando era Alcalde de Nuevo Cuscatlán. “Aquí (El Salvador) se estigmatizan a los jóvenes hasta por sus formas de expresión, por sus formas de bailar, por su forma de hablar y por su forma de ser”, dijo cuando fue candidato a la alcaldía de San Salvador. “El Orteguismo se ha implantado como una fuerza que controla todo, controla el poder legislativo, el judicial, la fiscalía, controla la policía, la fuerza armada, el ejecutivo”, expresó cuando era aspirante presidencial en una entrevista con Fernando del Rincón en CNN. Esa persona ya no existe más y sus ideas tampoco, ¿o acaso simplemente reveló su verdadero ser?
Si analizamos el discurso de toda la línea de tiempo de la carrera política de Bukele, podemos asegurar dos hechos: el primero es que desde que él se lanzó para la alcaldía de Nuevo Cuscatlán, lo hizo con claras intenciones de escalar hasta llegar a la presidencia, y eso es completamente válido, pero el segundo hecho que podemos asegurar —y este es el que verdaderamente atemoriza— es que él siempre tuvo claro que iba a ser el Presidente que hoy tenemos… autoritario, antidemocrático, populista, demagogo y peligroso.
Bukele nunca negó ser un populista; de hecho, en un conversatorio en la UES de San Miguel, allá por el 2013, aseguró que ese es el tipo de presidente que necesita El Salvador, sosteniendo dicho argumento bajo la definición de populismo que encontró el diccionario Larousse. El populismo abre todo un debate, pero en resumidas cuentas Bukele nunca lo entendió como una teoría y su populismo no es ni clásico ni neopopulismo; en la práctica ha demostrado ser un populista del siglo XXI, tal cual Maduro. También, Bukele siempre habló de paradigmas que debían ser destruidos; nunca matizó con reformar o renovar dichos paradigmas, más bien los encasilló como ideas con las que la vieja política debía morir y una nueva debía renacer. Él siempre dijo: “Cambiemos el status quo”. Hoy estoy seguro de que entendemos a la perfección que es lo que él quería cambiar desde un comienzo.
Hace una década, Bukele era un personaje “fresco” en la política, uno al que muchos medios etiquetaron como desafiante para las cúpulas partidarias; en sus discursos contaba cuentos, hablaba de las luchas populares y se definía como un hombre de izquierdas. Engañó a todos. Hoy, al menos cuatro periodistas viven en el exilio porque Bukele puso en riesgo sus vidas. Muchos periodistas y columnistas temen ir presos 15 años debido a las reformas mordaza impulsadas por Bukele; la ciudadanía inocente tiene miedo de ser llevada presa en cualquier momento bajo este Régimen de Excepción sin motivo alguno. Una década después, Nayib Bukele rompió paradigmas para instalar los suyos: miedo, odio y autoritarismo. El Salvador ha entrado en la era del Bukelismo y de eso tendremos bastante durante un buen tiempo.
Es indiscutible que hay muchas personas que apoyan a Bukele, algunas ciegamente. Esas personas ya no apoyan al Bukele de hace 10 años. La gente ha demostrado que les gusta el autoritarismo y que muy poco o nada cree en la democracia. Les gusta el Bukele de ahora. Las cosas deben ser llamadas por su nombre. Pero el autoritarismo intimidará o amedrentará a cualquier persona en algún momento de este ciclo político, y la democracia hará falta el día que eso suceda. Ya hace falta para muchos. Esto ya solo es cuestión de tiempo. Como dijo alguna vez Víctor Hugo, “cuando la dictadura es un hecho, la revolución se vuelve un derecho”.
Comunicólogo y político