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Esa “normalidad”

Uno se pregunta ¿se puede superar la violencia enquistada en el ADN social, es posible contrarrestar la violencia cuando esta proviene de los garantes de la paz, del Estado, de las fuerzas de seguridad que se auto proclaman en guerra contra un grupo de ciudadanos que “no merecen tener derechos humanos, porque a sus ojos no son humanos”? Sí, es posible. Ya se ha hecho en otras partes del mundo y en épocas recientes.

Por Carlos Mayora Re
Ingeniero @carlosmayorare

Hace unos días me contaban algo que sucedió recientemente en Madrid. Debido a la guerra en Ucrania, en un colegio recibieron como alumnos a algunos niños cuyas familias habían salido huyendo de ese país. Para hacer más agradable su primer día, les prepararon un sencillo y alegre agasajo. Y, ya se sabe, cuando hay fiesta suele haber globos, y cuando hay niños no falta el típico travieso que pincha uno para hacerse el gracioso.

Pues bien, en medio del festejo estalló inesperadamente un globo. Hubo risas entre los niños y sorpresa entre los adultos. Pero todo cesó de golpe cuando vieron que una pequeña niña ucraniana, al sentir la explosión, se puso las manos en los oídos, se acurrucó en cuclillas y empezó a llorar aterrorizada. Por supuesto acudieron a consolarla, mientras a todos se les encogía el corazón, porque vieron la guerra a los ojos … porque experimentaron la diferencia entre saber de sus horrores  por las noticias y estar en una ciudad bombardeada.

El Salvador no es diferente. También aquí los muertos de las redes sociales, los noticieros y los periódicos nos pueden parecer lejanos, ficticios, irreales. Incluso, hay quienes se burlan de las personas asesinadas cuyas fotos son compartidas en redes sociales. Esto no puede ser… ¿cómo hemos llegado a tal grado de deshumanización?

Sí, es verdad que la historia de nuestro país en el siglo XX, y lo que llevamos del XXI, está marcada por la violencia. Los contextos históricos y sociales han ido sucediéndose; todos con un nefasto factor común: la violencia como terrible enfermedad crónica, con sus etapas de agudización. Desde los más de diez años de guerra civil, hasta la cotidianeidad de los muertos en las calles en las últimas décadas.

Todo teñido de atrocidad, terror y zozobra para la gente más vulnerable. Hasta llegar al absurdo de morir porque sí, por azar, porque a una persona que simplemente estaba en la calle ganándose la vida, le “toco” esa lotería macabra que provocó decenas de muertos hace unos fines de semana, simplemente como medio de presión para alcanzar objetivos (¿económicos, de poder, de dominio territorial? De lo que sea), siempre más importantes para los asesinos que la vida de personas anónimas.

Guerra, posguerra, pandillas, luchas territoriales entre bandas y contra las fuerzas de seguridad. Manos “duras”, “súper duras”, treguas, planes de control territorial, regímenes de excepción: todas formas de institucionalizar, racionalizar, justificar la violencia, la muerte y el horror; todas formas de perpetuar la maldita espiral que provoca no solo más muertos, sino la invisibilización de la muerte por acostumbramiento, por cotidianeidad. Todas y cada una soluciones de corto plazo, intentos de apagar el fuego echándole gasolina, parches terapéuticos para una enfermedad mortal.

Entonces, uno se pregunta ¿se puede superar la violencia enquistada en el ADN social, es posible contrarrestar la violencia cuando esta proviene de los garantes de la paz, del Estado, de las fuerzas de seguridad que se auto proclaman en guerra contra un grupo de ciudadanos que “no merecen tener derechos humanos, porque a sus ojos no son humanos”? Sí, es posible. Ya se ha hecho en otras partes del mundo y en épocas recientes.

Las soluciones no han sido perfectas ni definitivas, pero han sido soluciones. Tenemos los ejemplos de superación de la violencia alimentada por odios raciales en Sudáfrica o Ruanda; la violencia motivada por odios de religión en la India; la violencia enraizada en conflictos históricos como en los Balcanes. Violencias que se han convertido en convivencias.

¿Qué tienen en común? La voluntad de superar la situación, la visión de largo plazo de los líderes sociales, políticos, religiosos; la educación de esas poblaciones… y, principalmente, la conciencia de que una comunidad social en la que las personas viven con miedo no es “normal”; y, por lo tanto, debe ser superada.

Ingeniero/@carlosmayorare

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