La historia detrás de la Semana Santa nos es tan "conocida" (y digo, entre viajes a la playa, uno que otro viacrucis y catequesis a conveniencia, es "conocida") que es difícil para nosotros entender el sentir del pueblo cuando Jesús entró a Jerusalén. Aquel hombre, que multiplicaba comida, paraba tempestades, sanaba a ciegos y a leprosos ¡al fin se iba a proclamar Rey! Porque en la mente del pueblo, aquel montado en burro era el hombre que los iba a liberar del yugo de los Romanos. Por más que los romanos se jactaran de su "Pax Romana", la verdad era que muchos pueblos bajo su yugo no los soportaban. ¡Al fin, aquí estaba el día de la liberación!
Excepto que nunca se proclamó Rey. Nunca. No pasó nada con los romanos. Entonces el mismo pueblo que lo había aclamado y creado toda una entrada triunfal con mantos y palmas, y gritos de niños, empezó a frustrarse y a frustrarse hasta enojarse. Me imagino que también sus discípulos estaban desconcertados. Y, como siempre hay un traidor, uno de ellos fue a hablar con el "establishment" político-religioso y lo entregó por una cantidad ridícula. Entre eso, y el pueblo enojado, estaba la receta para el desastre.
Y de allí vino una captura (ilegal), drama (el Sumo sacerdote rasgándose las vestiduras), traición de OTRO discípulo (cobardía mezclada con pánico), un juicio (ilegal), una entrega a los mismos romanos que los judíos detestaban (vergonzoso), tortura (común en los romanos), intercambio por un criminal reconocido (más vergüenza), condena de muerte (solicitada por el mismo pueblo que lo había aclamado) con lavado de manos incluido (cobardía de Pilatos) y la muerte atroz de alguien cuyo único crimen había sido decir la verdad: "Mi Reino, no es de este mundo"; "Yo soy el Hijo de Dios". Tanto escándalo había sido todo lo ocurrido, que sólo hubo un valiente que fuera a reclamar su cuerpo, y que probablemente perdió todos sus privilegios después de hacerlo.
Es la historia de una INJUSTICIA. Una injusticia que el Hijo de Dios padeció voluntariamente, por amor a nosotros, para salvarnos de nuestros pecados y darnos la oportunidad de ir al cielo. Pero, si yo se los cuento puramente cómo una historia, ¿diríamos que hay injusticia? ¿O diríamos que el Hombre del burro debió haber sido “vivo”, haber aprovechado que tenía el pueblo tras de Él y proclamarse Rey, o haberle mentido a los romanos?
Si analizamos lo que es la Semana Santa-como nos vimos forzados a hacer durante la pandemia-nos damos cuenta que la historia no terminó en la cruz del viernes. La historia comenzó un domingo: la historia de un Rey, resucitado, que fue a buscar a sus discípulos decepcionados, que se sentó a platicar con dos seguidores decepcionados que iban a Emaús, dignificó a la mujer, enviándolas a ellas con la buena nueva, y que instituyó un cuerpo de creyentes- la Iglesia- que ningún emperador, rey, presidente, dictador ni nadie ha podido destruir.
Él le pidió a aquel discípulo cobarde, llamado Pedro, que caminara con Él un rato, en la playa. Allí Pedro se dio cuenta de que su vida no iba a ser la de un rey, pero, cincuenta días después de la Resurrección, este hombre dio un testimonio contundente frente a los mismos fariseos a quienes había temido. Entró a la casa de gentiles, para horror de los judíos. Y le siguió fielmente, hasta su muerte.
Este Rey se le apareció a un hombre que no lo conoció, pero que estaba dispuesto a asesinar a cualquiera que se opusiera. Saulo cayó de su caballo, ciego, y, cuando milagrosamente recobró la vista, fue otro era Pablo, el gran león de Dios. Un hombre que, por estirpe y educación, hubiera podido tener todo el poder político que quisiera , lo consideró, en sus palabras "basura...con tal de ganarme a Cristo"
A través de los siglos, miles de personas han conocido a ese Hombre del burro y han entendido que tener la fe puesta en Él implica amar a los enemigos, dignificar al pobre, defender lo justo, y seguirlo hasta el final de sus días. Por eso, en nuestra misma tierra, hay un Fray Cosme, un Padre Tilo y un Monseñor Romero.
Conocer a ese hombre trae lo que yo considero, en griego, la palabra más hermosa: "metanoia"- un cambio radical de mente y corazón.
Cuando buscamos soluciones para la inmensidad de problemas sociales que enfrentamos, rara vez las buscamos en el Hombre del burro. Sí, tenemos la fe puesta en Él, pero si sólo sirve para conseguir cosas mundanas y efímeras, no sirve el axioma. Se necesita esa "transformación radical de mente y corazón" que, múltiplicada, puede cambiar la sociedad.
"Oh feliz culpa, que mereció tan grande Redentor...oh noche, realmente gloriosa,
que reconcilias al hombre con su Dios."
~Pregón Pascual
(Cantado por la Iglesia Católica en la Vigilia Pascual, Sábado Santo por la noche)
Educadora