Zaqueo, el publicano, vivía en Jericó, una ciudad conocida por la producción del bálsamo. No era un hombre muy querido, pues era, en palabras del Siglo Veintiuno, un corrupto. Los publicanos, como Zaqueo, recaudaban impuestos para el Imperio Romano, y además se echaban su tajada extra. Zaqueo no era la excepción. El problema era que él, como muchos publicanos, no estaban bien ni con unos ni con otros. Para los romanos, era un ser despreciable, y para los judíos, también.
Es por eso que la llegada de Jesús a Jericó le planteó un problema tremendo a este hombre. ¿Qué hacer? Si salía y se mezclaba entre la multitud, los judíos le iban a pegar una insultada, por no decir una golpiza, y no se sabía la reacción de los romanos. Pero si no iba, se iba a quedar sin oír a ese Jesús que le llamaba la atención. Así que este hombre de poca altura tomó una decisión muy poco digna: se subió a un árbol, un sicomoro, pariente de la higuera, el cual es muy frondoso. Él chiquito, y el árbol frondoso, ¿qué podía salir mal?
Bueno, pues, juzguen ustedes si lo que “salió mal” fue que el tal Jesús lo vio, paró y todos oyeron cuando le dijo: “Zaqueo, baja del árbol porque me quiero quedar hoy en tu casa”. Se imaginan cientos de ojos llenos de desprecio viendo a este hombre aparecer en medio de una lluvia de hojas.
¡Y allí comenzó el escándalo! El rabino, el que hacía milagros, se iba a quedar en la casa de ese corrupto asqueroso. ¡Por favor! ¡Qué patético! Pero sí, Jesús fue a hospedarse a la casa del publicano que bajó del árbol feliz de recibirlo. Y acuérdense que hospedar a Jesús era hospedar a doce y tantos más. Me imagino que el hombre tiró la casa por la ventana (pagada, claro, por los impuestos de los pobres) para alimentar a la comitiva (a base de lo robado). Y me imagino que por todo Jericó el chambre era cómo Zaqueo agasajaba al Maestro sin “devolver lo robado”.
Pero, nunca sabremos si en una sobremesa, o quizás caminando por los jardines de esa casa construida a base de injusticias, Zaqueo tomó una decisión radical: “Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y a quien haya defraudado le devolveré cuatro veces más”. O sea...¡básicamente se quedaba sin nada! Me imagino que ahora, el pueblo, que lo llamaba corrupto y ladrón, ha de haber añadido “loco” e “hipócrita” a la lista. Pero obviamente Zaqueo iba en serio, porque Jesús, a quien no se le podía dar paja, dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también él es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y salvar lo perdido”.
El Beato Rutilio Grande tenía la certeza de que la única manera de cambiar la sociedad era a través del Evangelio. La historia de Zaqueo se repite a través de los siglos. El punto de inflexión para la corrupción desde Zaqueo hasta hoy no es en sí el “devolver lo robado”, el punto de inflexión es la conversión de corazón que lo llevó a devolver lo robado y vivir pobre, pero no pecador. En ninguna parte del texto Jesús le exige o le increpa. En ningún momento le dice que hacer. Es Zaqueo quien llega a la conclusión: “Debo devolver lo robado”.
¿Qué hacemos entonces, El Salvador? Es tan fácil gritar que otros devuelvan lo robado. Pero al evangelio “hay que ponerle patas, hay que hacerlo producir” (Beato Rutilio Grande). ¿Qué pasaría si comenzamos a devolver lo robado? Por ejemplo: la dignidad humana, la planilla del ISSS atrasada, las tasas municipales, el sueldo retenido a la empleada, los viáticos de los viajes, y así sucesivamente. Incluso, aquellas cosas intangibles que se roban en un arrebato:, el honor de las personas por juicios temerarios, la prepotencia de querer ser el primero y pasarse encima de quien sea para lograrlo, o despedir a alguien porque insiste en pagar sueldos justos.
El problema de El Salvador es que somos un país religioso, pero no un país de Zaqueos. Usamos la religión para encubrir nuestro pecado, no para reconocerlo. Y como no hay conversión, no hay cambio social. Seguimos pensando, como el Zaqueo escondido en el árbol, que podemos ver a Jesús (llámese repetir citas bíblicas, citar a San Romero, etc.etc ) sin bajarnos a enfrentar a Jesús. Y en el proceso nos llevamos de encuentro la mitad de los Diez Mandamientos.
Quizás en esta Semana Santa haya unos cuantos valientes que se atrevan a bajarse del árbol y enfrentarse a Jesús. Porque lo que más urge es que Jesús visite nuestra casa común, El Salvador, y nos transforme en ciudadanos coherentes y temerosos de Dios. Y, entonces, pasaremos de ser un país de saqueos a un país de Zaqueos.
Educadora, especialista en Mercadeo con Estudios de Políticas Públicas.