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Descubrir el rostro del ser humano

Jesús se colocó por encima del egoísmo que busca la autosuficiencia y reconoció la limitación y la imperfección como puerta de entrada al cuidado del otro. Abordar los problemas sociales supone pararse a hablar con las personas que sufren, escuchar desde la apertura a la novedad del otro y no escuchar desde las propias respuestas ya prefijadas.

Por Mario Vega

Sentado al lado del camino estaba el hombre ciego, pidiendo limosna. Entre los vecinos se comentaba que su ceguera era de nacimiento y eso planteaba un dilema teológico a los discípulos de Jesús. En un entorno religioso en el que se creía que la enfermedad era un resultado del pecado ¿cómo quedaba el caso de este que nació ciego? ¿Fue que pecó él? En ese caso ¿se pude pecar antes de nacer? ¿O su ceguera fue consecuencia del pecado de sus padres?

Jesús los confundió más al decirles que no era que hubiera pecado él o sus padres, sino para que la gloria de Dios se manifestara. Enseguida sanó sobrenaturalmente al hombre quien pudo ver por primera vez. Las autoridades religiosas se sintieron ofendidas porque la sanación del hombre había sido hecha en sábado, el día de reposo. Ese detalle fue su base para negar que Jesús había hecho un milagro: alguien que no guardaba el sábado no podía venir de parte de Dios. De manera que presionaron al hombre que había sido sanado para que afirmara que Jesús era un pecador. El hombre respondió que él no sabía si Jesús era un pecador, lo que sí sabía es que antes era ciego y ahora veía.

Frustrados, los religiosos comenzaron a dudar de que el hombre de verdad hubiera nacido ciego. Entonces interrogaron a sus padres. Ellos aseguraron que, en efecto, había nacido ciego, pero cómo era que hoy veía no lo sabían. En realidad, sí lo sabían, pero no quisieron decirlo porque los religiosos amenazaban que cualquiera que reconociera que Jesús era el Cristo sería expulsado de la sinagoga. Ese era un alto precio que pagar, porque significaba ser excluido de la comunidad y ser privado de las bendiciones de Dios.

En torno al hombre que había sido ciego cada grupo tenía intereses particulares. Los discípulos veían en él un problema teológico, las autoridades judías una ocasión para desacreditar a Jesús, los padres del hombre una amenaza a su estatus social y religioso. Solo de Jesús se dice que "vio a un hombre que era ciego de nacimiento" (Juan 9:1). Jesús fue quien descubrió el rostro del ser humano. Su acción fue dirigida a aliviar su dolor y, de esa manera, llamar la atención hacia la dimensión humana de su situación. Jesús invita a descubrir el rostro del otro, especialmente del sufriente.

Cuando el humano se encuentra con el rostro herido del otro es cuando surge la ética. El rostro provoca y cuestiona la vida y la acción. Por esa razón, a menudo se hacen esfuerzos para no ver al otro. Se intenta reducirlo a un caso, un número, un cuerpo despojado de humanidad. Al no verlo se toma distancia y hasta se manipula el dolor ajeno en la consecución de intereses egoístas. Pero ver al hombre movió a Jesús a actuar, a dejar de lado los conceptos para responder a su necesidad inmediata. Fue y lo sanó, sin importar que fuera sábado. El rostro herido está por arriba del sábado, de la religión, de la aceptación social.

La manera de reaccionar de la sociedad muchas veces viene condicionada por prejuicios y posiciones dogmáticas incapaces de empatizar con el desafortunado, pareciendo que las personas no hubieran podido ver el rostro humano que sufre. La ética de la alteridad nos recuerda que cualquier reflexión ética tiene como razón de ser atender a la persona concreta que en su rostro muestra las cicatrices del dolor y el abandono, muchas veces callado y silenciado. Jesús se colocó por encima del egoísmo que busca la autosuficiencia y reconoció la limitación y la imperfección como puerta de entrada al cuidado del otro.

Abordar los problemas sociales supone pararse a hablar con las personas que sufren, escuchar desde la apertura a la novedad del otro y no escuchar desde las propias respuestas ya prefijadas. El otro puede sorprender y traer novedad a la reflexión ética. Cerrarse a esa posibilidad no es propio de la ética. Dar respuestas desde el privilegio propio es el camino fácil, pero lo verdaderamente genuino de la ética es plantear las preguntas adecuadas, y esas preguntas necesitan ineludiblemente del otro.

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Cristianismo Opinión

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