El pasado había quedado atrás, borrado en nuestra historia. Yo, Indra y Karuna –mi amada— recorrimos largo camino en busca de la “Ciudad del Divino Deseo” que profetizaban los misteriosos escritos que alguien –a quien ya no recordaba—había dejado conmigo. Inmersos en el “Tercer Cielo” que nombraban los textos antiguos, cruzamos los umbrales del tiempo como extrañas criaturas de eternidad, en el éter primordial de la Creación. Dentro de Karuna, entretanto, germinaba la sagrada semilla del Sésamo. Al llegar a lo alto de una colina divisamos a lo lejos la resplandeciente ciudad que anunciaba la profecía. En medio de las infinitas llanuras ésta no estaba amurallada ni resguardada por nadie. Atravesamos su umbral. Nos asombró encontrar una raza similar a la nuestra, cuyos habitantes –de piel azul y dorado cabello— nos acogieron con amor, caricias y bondad. “Ya les esperábamos –dijo una alegre niña de eterno mirar–. Nos lo anunció una estrella –el fulgor de una carroza de fuego— que bajó del cielo en la lejanía.” Nos vieron como lo que éramos: emisarios celestes de un drama olvidado. (XXX) <“Éxodo del Sapiens Estelar al Universo” C.Balaguer-Amazon)>