“En las noches tenemos que acompañarlas (hijas) para ir al servicio, hay que irlas cuidando porque hay bolos aquí. Los cipotes están expuestos a que cualquier cosa les pase porque uno sale a trabajar y hay hombres atrevidos. No hay seguridad”, expresó de forma anónima una de las participantes del estudio Habitando en el olvido: una mirada a los mesones en cuatro ciudades de El Salvador, dirigido por la Fundación Salvadoreña de Desarrollo y Vivienda Mínima (FUNDASAL).
Escondidos entre la sombra del desarrollo en las principales ciudades se encuentran los mesones, alquileres de habitaciones a los que recurren las familias de escasos recursos que no pueden permitirse pagar una vivienda completa.
Para agosto de 2024, FUNDASAL determinó que el 66% de las personas que viven en estos espacios son comerciantes informales que se desplazan en el centro de las ciudades ofreciendo dulces, café con pan o agua a los transeúntes.
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El 54% de los usuarios de los mesones son mujeres, según la última encuesta desarrollada en Santa Ana, San Salvador, Sonsonate y San Miguel.
Claudia Blanco, directora ejecutiva de FUNDASAL, explicó que “la investigación se realizó en los centros fundacionales, el lugar de donde nace la ciudad, el más importante, lleno de edificios de valor patrimonial y turístico, donde habitan estas familias muy pobres. Uno de los principales hallazgos es que llevan dos o tres generaciones viviendo en mesones, pagando entre $50 y $200 por una habitación”.
Uno de los datos destacados en la investigación es que los usuarios de los mesones son la segunda o tercera generación de familias que se crían en estas condiciones; el 78% de los hogares son encabezados por mujeres.
Blanco sostiene que estas familias sobreviven “con menos de un salario mínimo. Realmente nos hace pensar que son familias aguantando hambre”.
El estudio también revela el hacinamiento y la falta de seguridad habitacional que experimentan diariamente. El 72% de las estructuras que funcionan como mesón presentan un alto grado de deterioro, donde un sanitario o una ducha deben ser utilizados por más de una decena de personas.
“Ahorita los mesones se están cayendo a pedazos y siguen siendo una opción para las familias pobres. Entonces, la pregunta que queda en el aire es: ¿qué va a pasar cuando estos mesones terminen de colapsar?, ¿a dónde van a ir a vivir estas familias?”, cuestionó Blanco.
En 2009, FUNDASAL contabilizó 322 mesones en los centros fundacionales de las cuatro ciudades antes mencionadas.
Para 2024, los resultados reflejan una disminución del 40%, lo que deja abierta la interrogante: ¿a dónde están viviendo las familias pobres de los centros históricos?, pues estos espacios han sido reemplazados por parqueos y edificios comerciales.
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Acceso a créditos
Para FUNDASAL, es necesario desarrollar diferentes acciones para mitigar el problema, incluyendo la capacitación técnica de las personas que actualmente viven en mesones para mejorar sus oportunidades de empleo.
Una de las soluciones propuestas en la investigación es la implementación de un subsidio gubernamental que permita a estas familias acceder a créditos o financiamientos acordes a su capacidad de pago.
Otra alternativa es el Cooperativismo de Vivienda por Ayuda Mutua, donde los futuros usuarios construyen sus propias viviendas con financiamientos externos.“Hemos encontrado carteles que dicen: Si no paga el día, le pongo candado a su pieza de mesón. Ya no puede entrar ni a recoger sus cosas. Ese es el contrato informal: tú me pagas cada día; si no, al día siguiente te pongo un candado en la puerta. Pero el hecho de que la gente tenga más de 10 años de habitar un mesón solo demuestra que son buenos pagadores, sacrificando otras necesidades”, concluyó Blanco.
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