El soñador espantajo de pastura seguía en amoríos con la aldeana. “Debes decirle que la amas como a nadie –aconsejó el viento al espanta estrellas. Sólo el que confiesa su amor, puede merecerlo”. “Tú eres mi acariciado sueño, amada mía –declaró entonces el Espanta nubes a la joven de su iluso idilio. Porque eres el sueño de mi felicidad”.Las primeras luces empezaron a encenderse tras los cerros. “No quiero que amanezca y el cuento termine –dijo la aldeana–. Mañana es el último día de la corta y luego tendré que marcharme con los demás de vuelta a la ranchería. No quiero todavía despertar y perder como tú nuevamente mi estrella”. El celador de arco iris tardó esa vez en abrir el amanecer. Todo por el capricho de la aldeana -que era toda risa, promesa y juventud- en tanto él sólo niebla y pastura. Porque un espejismo como aquel no podría detener en su mirada eternamente la felicidad. Así llegaron las quemas nuevamente al olvidado páramo. Al año siguiente los labriegos volverían a las eras; el diablo bueno seguiría cultivando margaritas y dorados renaceres. Todo para que no muriera la inocencia, como ocurre en las fábulas. El vendaval volvería con las mariposas, anunciando ventura. Y no faltaría algún piadoso labrador que levantara nuevamente de la seca llanura al espantajo bueno. El mismo que seguiría esperando la felicidad, que al fin y al cabo para él era sólo un cuento. (XLVIII) De: “La Vida es Cuento” © C. Balaguer
Sólo quien confiesa el amor puede merecerlo
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