Los labradores pusieron sombrero nuevo al espantajo y la camisa de colores de la felicidad. Las campánulas volvieron a trepar por el muñeco de cañas, que había vuelto a su vieja costumbre de soñar y florecer despierto. Porque saben una cosa: los espanta alondras como aquel nunca duermen, cuidando las puertas fabulosas del eterno renacer. “Enamorado sigo de imposibles –dijo el dominguillo a la mensajera de alas blancas. Ilusionado de la adorable aldeana que se pierde al terminar la cosecha y reaparece entre las margaritas de mayo, haciéndome espanta florecer de nuevo.” Un plantador que oyó reír al espantapájaros feliz le preguntó: “Dime la razón de tu felicidad. ¿Volvió acaso el mago sin fortuna a darte una colmena de miel por corazón?” “Sólo fue mi anhelo que se convirtió en dulzura” –respondió el espantador de celajes. “Es que desde días atrás me trae enamorado esa mujer de los ojos de miel y su reír en la brisa que es como vuelo de mariposas. La misma que me dice al oído cancioncillas de amor y cuentos de la felicidad. La que me hace subir a las estrellas de mi eterna noche, con sólo imaginar el amor.” Mas cada año era la misma historia: su fiel enamorada decía adiós al terminar el día. Así, el espanta lunas volvía a quedar a solas, inmerso en el deseo. Sintiendo que -en alguna forma- era parte de aquello mismo que había vuelto a perder por soñador. Mirando alguna estrella de cristal renacía su “espanta-pájara” esperanza. (XLV) De: “La Vida es Cuento” © C. Balaguer
Amar y florecer despierto
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