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Serpiente en el paraíso

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Por Carlos Balaguer |

Muchos buscaban el reino divino verdor. Pues -al igual que el espantapájaros- en cada sueño perdían también un paraíso. Esa vez fue una serpiente humilde quien llegó. “Señor de los Caminos –dijo. Soy la inocente sierpe que ayer perdió su paraíso. La historia sagrada me condenó por conspirar el pecado original. ¡Redime, hombre de pastura, a este inocente reptil y hazme volver a Edén!” “¿De qué fuiste acusada? -preguntó el celador de mimbre. ¿Acaso de asesinato o sodomía?” “No, mi buen señor de la llanura -respondió aquella. Sólo de dar una manzana a Eva -uno de los primeros habitantes del empíreo.” “¿De dar una fresca y dulce manzana?” -se preguntó intrigado y con sesgo de incredulidad el muñeco de paja. “Es porque dicho manzanero era el árbol del conocimiento” -respondió el ofidio. “¿Del conocimiento?” -repreguntó asombrado el espantajo. “Sí, mi señor, e inducir a la bella primigenia de la raza humana a cometer -al parecer- el pecado original del deseo carnal.” “¿Y cómo supo de ello el Creador, según las Escrituras?” -siguió cuestionando el espanta lunas. “Porque cuando Dios les vio desnudos, ellos cubrieron sus partes íntimas y, por tal hecho, dedujo que -si razonaban su desnudez- habían roto el voto de obediencia.” “Entonces ¿Por qué aldeanos y humanos nacen desnudos? -inquirió el espantajo. ¿Serán acaso culpables de nacer?” “No lo sé, señor” -contestó cabizbaja la condenada sierpe. Convencido de que “hacer el amor” era sinónimo de “crear el amor”, Espantapájaros dejó entrar al “pecador” reptil al paraíso del eterno perdón. (XXVIII) De: “La Vida es Cuento” © C. Balaguer

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