El presidente electo estadounidense vuelve a las andadas. Si bajo su primera administración Donald Trump no ahorró en bravatas a la hora de amenazar a países vecinos y viejos aliados de Estados Unidos, ahora redobla los exabruptos que hacen de él una suerte de perdonavidas dispuesto a tomar represalias en caso de que el resto no se pliegue a sus deseos imperiales.
Como no es la primera vez que hace uso de sus aptitudes de showman, a la comunidad internacional no le sorprenden estos performances en los que frunce el ceño y aprieta más de lo habitual sus finos labios. Pero, con más poder acumulado en este segundo mandato y el Partido Republicano rendido a su voluntad, las reacciones oscilan entre la displicencia por sus disparates y preocupación por lo que de intención verdadera conlleven estos desatinos a partir del 20 de enero.
En el imaginario nacional populista que agita Trump hay espacio para un agresivo proteccionismo (contraviniendo los principios liberales de los mercados abiertos y competitivos), y una ambición colonialista que pretende revivir tiempos pasados. Ya en 2019 manifestó su deseo de querer comprar Groenlandia y en ese entonces los habitantes de la mayor isla del mundo y el gobierno danés (Groenlandia es un territorito autónomo de Dinamarca) le comunicaron que no estaban interesados en su oferta. Había un antecedente: en plena Guerra Fría, la administración de Harry Truman en 1946 ofreció 100 millones de dólares por tan codiciada tierra debido a sus ricos recursos naturales y su estratégica situación geopolítica.
Por una parte, el gobierno danés le ha comunicado al republicano que es inútil que él o su hijo, Donald Trump Jr., se presenten para comprar Groenlandia. Es evidente que está ávido de ser el dueño de sus tierras ricas en minerales y de poseer la apertura de vías de comunicación a través del Ártico que propicia el deshielo producido por el cambio climático (lo irónico es que Trump suscribe las teorías negacionistas en contra del cambio climático). El magnate neoyorkino quisiera tomarle la delantera a China y a Rusia, cuyos mandatarios, a los que el estadounidense admira, también tienen intenciones expansionistas y las ponen en práctica, como la invasión de Rusia en Ucrania; o los planes del gigante chino de algún día engullir a Taiwán. Trump se coloca en esta liga de hombres fuertes y autoritarios como Vladimir Putin y Xi Jinping, solo que él tiene el obstáculo de los mecanismos que hasta ahora funcionan en la democracia estadounidense.
Las naciones miembros de la Unión Europea repudian los mensajes amenazantes y de ultimátum que Trump lanza en vísperas de su retorno a la Casa Blanca. También su país vecino por el norte, Canadá, rechaza su intención de anexionarlo y ahora, con la caída del primer ministro Justin Trudeau, quien quiera que gobierne deberá lidiar con la “guerra” de tarifas arancelarias que Trump pretende imponer y que encarecerán los productos importados a Estados Unidos. En México tampoco ríen sus gracias. La recién electa presidente, Claudia Sheinbaum, ha respondido con sarcasmo a las pretensiones de su homólogo estadounidense de cambiar el Golfo de México por el “Golfo de América”. Y lo ha hecho mostrando un mapa de 1607, en el que el territorio americano entonces era denominado Mexican America (“América mexicana”). Por si fuera poco, el gobierno de Panamá también se ha visto obligado a pararle los pies a Trump, empeñado en recuperar el control del Canal de Panamá, alegando, falsamente, que los chinos, y no los panameños, son los dueños “de facto” de una infraestructura cuyo control y gestión Washington devolvió al país centroamericano hace décadas.
Trump dice estar dispuesto a usar la fuerza militar en sus delirantes sueños de apropiarse de Groenlandia, Canadá o el Canal de Panamá. Desconocemos si su lista aumentará una vez retome el poder. Este revivido espasmo imperialista es una mezcla de Monopoly, el popular juego de adquisiciones inmobiliarias y de terrenos, y de Risk, ese otro juego en el que se producen movimientos estratégicos de guerra para conquistar el mundo. Hasta ahora, sus fanfarronadas se escenifican con billetes de juguete y soldaditos de plomo, pero, como se ha demostrado a lo largo de la historia, hay una línea fina entre la palabrería y la acción. [©FIRMAS PRESS]
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