Si la Psiquiatría existiera con el único propósito de tratar los ataques de pánico, su existencia ya estaría completamente justificada. Los ataques de pánico son experiencias abrumadoras y sólo el que ha tenido al menos uno puede comprender lo devastadores que pueden ser. En un período relativamente corto la persona experimenta una serie de síntomas que ocupan toda su consciencia. Palpitaciones, náuseas, vértigo, sudoración, sensación de opresión en el pecho, y un miedo intenso a perder el control o a estar padeciendo de un infarto, un derrame cerebral o un estado de locura. Desde el punto de vista físico y emocional es como un temblor grado 7, un tsunami, un cataclismo. Después de cierto tiempo pasa, pero la persona queda aterrada, preguntándose qué ocurrió y con un miedo persistente a que ocurra de nuevo.
Los ataques de pánico pueden ocurrir de forma aislada, muchas veces a consecuencia de estrés acumulado, como una tormenta perfecta, o bien constituir algo más severo como el Trastorno de Pánico, en el que los ataques son frecuentes, repetitivos, y se enmarcan dentro de los trastornos de ansiedad.
En el Trastorno de Pánico se producen tres componentes, cada uno asociado a una estructura cerebral específica. El primero de ellos es el ataque en sí mismo, que puede tener diversos síntomas como los descritos anteriormente. Este se inicia en una estructura del tamaño de un guisante localizado en el puente cerebral. Dicha estructura envía un mensaje a la glándula suprarenal para que secrete grandes cantidades de adrenalina, cuyos efectos producen los síntomas. El segundo componente es la ansiedad anticipatoria, que consiste en el temor a que el ataque se repita. La persona comienza a evitar los lugares o las circunstancias en que se produjo el ataque. Puede evitar salir sola o ir a lugares donde el auxilio es poco accesible. Este componente es el más pervasivo de la condición, y la persona modifica hábitos o actividades con el fin de prevenir una nueva experiencia. El tercer elemento es la agorafobia, es decir el temor sobrecogedor de alejarse de la zona de seguridad o confort. En los casos más graves la persona puede sentirse segura sólo en su casa (la zona de seguridad más común) y permanecer recluída en ésta por mucho tiempo.
La prevalencia de estas condiciones se va haciendo más alta. Dado que los síntomas pueden verse en otros problemas médicos, como enfermedades cardíacas, trastornos metabólico u hormonales, es común que las personas pasen consulta con otros especialistas. Si el especialista conoce de alteraciones psiquiátricas puede hacer el diagnóstico y dar una referencia. Desafortunadamente no siempre es el caso, y lo que se produce es que la persona se ve sometida a infinidad de exámenes para que al final el médico les diga que todo salió normal y que no tiene nada. Esto solo complica la situación pues agrava la sensación de desesperanza. Muchas veces el paciente llega al psiquiatra después de haber acudido a un buen número de otros especialistas.
La buena noticia es que el desorden de pánico es completamente tratable y que el tratamiento tiene una elevada tasa de éxito. Los psiquiatras nos sentimos contentos cuando llega un paciente con esta condición pues sabemos que le vamos a poder ayudar, y que pronto estará recuperado. Es muy satisfactorio poder sacar al paciente del infierno que ha estado viviendo, pues un infierno es la verdadera descripción de esta enfermedad.
Médico Psiquiatra.