Estimados amigos:
¿Quién no conoce la cerrajería Cien Mil Llaves en Avenida España? Todos la conocemos. Todos hemos copiado llaves de casa o de carro en este local - o comprado tornillos o clavos. Su fachada de tablero de ajedrez, con llaves empotradas en los azulejos, me llamó la atención – y entré porque me fascinan las ferreterías tradicionales. Encontré a un vendedor leyendo un libro de poesía, e intercambiamos sobre literatura y sobre cómo reparar las malditas llaves electrónicas del los carros. ¡Sólo en el Centro de San Salvador!
100 Mil Llaves ha sido por casi 50 años parte del tejido social y comercial del centro histórico. (Una palabra choteada por Carlos Marroquín, con su Dirección de Reconstrucción del Tejido Social, que es una Dirección de control social.) Mejor dicho: esta tienda-taller formaba parte de la esencia de su barrio.
Pero hoy el centro ya no es barrio, con su comunidad de negocios, habitantes, tienditas, talleres, compradores, prostitutas y vendedores. Hoy es la nueva zona rosa, un una mezcla de barrio turístico y china town. Tiendas y talleres como Cien Mil Llaves ya no caben ahí. Hace pocos días leímos en El Diario de Hoy que la cerrajería y ferretería está cerrando, porque "piden muchos requisitos para poder quedarse aquí, entonces optaron por desalojar", según el encargado.
No es que los está echando el dueño del edificio. El edificio es de Cien Mil Llaves. Los que con sus requisitos, regulaciones y presiones arbitrarias obligan a cerrar este negocio tradicional es el Estado: la alcaldía, el gobierno, la nueva Autoridad del Centro Histórico, que administra la transformación del centro -y sus negocios- en la cara cool de la Nueva República Bukeliana.
Son cientos de negocios que han sido obligados a cerrar, en algunos casos, como la cuadra detrás del Palacio Nacional y la cuadra del Cine Libertad, con buldóceres, que arrasaron con todo. Lo hacen con presiones, sanciones, amenazas y extorsiones. El presidente quiere una nueva plaza, donde jamás existió una plaza, sino una variedad de pequeños negocios.
Lo original, lo auténtico, que representa la historia y el alma del centro, ya no cabe, vienen negocios desalmados. Ya no verás a los dueños de las tiendas parados en la puertas saludándote o platicando con los ancianos sobre el tiempo... Nunca verás las caras de los dueños de los nuevos negocios, restaurantes, boutiques, que abren en el centro. Son impersonales, no tienen alma. Se parecen a los negocios en los centros comerciales. Ya no tienen nada en común con lo que ha crecido y sobrevivido en el Centro por décadas.
Ya se han ido las ventas de libros usados, el estudio fotográfico de don Juan Batres, la escuela detrás del Cine Libertad, los carretones de sorbetes, y pronto cerrarán todos los talleres. Demasiado pobres son estos negocios y atraerán a pobres para comprar. Hoy hay que atraer a turistas, a empresarios y bitcoiners. Mas desalmado quedará el centro. Ir a la Dalia para jugar Billar era una inmersión en la mezcla de personajes que frecuentaban el centro histórico. Caracteres que no encontrabas en otro lugar. El que me llevó ahí fue Leonardo Heredia, y fue fascinante escucharlo chambrear con los personeros del Centro. Hoy que la Dalia se ha puesto de moda, ahí sólo encontrás a los publicistas del gobierno y otros señoritos.
Lo que no desaparece es la pobreza. Sólo la están empujando una cuadras más al Oriente o al Sur del nuevo escaparate iluminado por LED de la Nueva República Cool. Están tratando de esconder la miseria, pero no hacen nada para erradicarla.
Lo que hacen con el centro es perfectamente congruente con el estilo de vida que proyectan los diputados y funcionarios del Bukelismo. Sólo hay que ver cómo se visten, maquillan, reconstruyen sus caras y posan los señoritos y las señoritas de la Asamblea cian – y ya entendés el ambiente en la nueva Zona Rosa que siguen llamando el Centro Histórico.
Claro, esto atrae hasta a los pobres, que el fin de semana se ponen su mejor ropa para desfilar junto con los juniors de la nueva clase pudiente, que está ganando la guerra por el poder, la influencia y el estatus en El Salvador.
Esta guerra siempre es también una guerra contra los pobres. Guerra de desplazamiento, guerra de lavado de cerebro, guerra de alienación, guerra para neutralizar el descontento social. Quitarles su hábitat, su ambiente, sus barrios y obligarlos a asumir los patrones de consumo y moda de los ricachones es una forma más de dominación.
La gente va a tener que reconstruir lo que era el Centro en sus propios barrios y pueblos, donde no llegan las luces LED, los gringos bitcoiners y los hijos de papi. Cuiden sus fiestas patronales, sus pachangas en los quioscos de las plazas, sus clubes de futbol, sus escuelitas, sus coros parroquiales, sus comités de barrio.
Saludos,
Paolo Lüers