Todos los años, en diciembre, hago una serie de cuentos de Navidad. Con esto no pretendo ignorar la realidad del país. Pero, como me enseñaron mis padres, las historias de Navidad nos traen alegría en medio de la tristeza y nos obligan a ser mejores. En este artículo he mencionado una icónica muñeca salvadoreña, porque la historia no tendría sentido sin ella.
Corría el año 1982. Don Ramón y doña Guillermina, medianos terratenientes acomodados, habían tenido que huir del interior del país a una casa que otrora alquilaban en San Salvador. Les habían quemado toda su cosecha de algodón. Las pérdidas eran enormes.
Ante la nueva situación financiera, los esposos tuvieron que buscar otra fuente de ingresos. Fue así como Don Ramón entró a trabajar en su profesión de ingeniero y doña Guillermina puso una costurería con ayuda de Bertilda, su costurera, a quien le ofreció la relativa seguridad de su casa en la Escalón, a cambio de sus servicios y un pequeño sueldo.
Don Ramón y Doña Guillermina eran padres de una hija, nacida cuando ambos eran muy mayores y un año mayor que la hija de Bertilda. En la finca, Margarita había jugado de lo más feliz con Sagrario, pero en la capital las cosas fueron distintas. Para comenzar, Sagrario fue enviada a una escuela pública, mientras que Margarita fue enviada a un colegio privado. En su escuela, Sagrario era feliz. Pero Margarita no se ajustó tan bien. Sus compañeras la llamaban "la pueblerina" y se mofaban de su ropa hecha en casa. Como no había uniformes, las niñas que podían viajaban a "Miami".
"Mamá," rogaba Margarita, "quiero tener jeans y vestidos comprados. Quiero ir a Miami".
"Hija", le decía doña Guillermina, "de milagro puedo pagarte el colegio. Estamos haciendo lo posible tu padre y yo, pero la finca nos dejó con muchas deudas".
Una tarde, doña Guillermina, Bertilda y sus hijas fueron al centro a comprar telas. Las niñas rogaron ir a ver los juguetes y fue allí donde Sagrario vio una muñeca "Roxana" con pelo rubio, un sombrero, un abrigo azul y zapatos negros. Los ojos se le abrían y cerraban. Sagrario quedó prendada.
"Mamá", le dijo a Bertilda esa noche, "quiero una muñeca Roxana para Navidad".
"Pues vaya pidiéndosela a Dios, mi'ja. Yo no le puedo comprar esas cosas".
Margarita, por su parte, llegó al día siguiente al colegio a encontrarse con la frase "Margarita amiga de su sirvienta" escrita en el pizarrón.
"¿Pero qué es esto?".
"No sólo sos pueblerina, sino que te vestís como una y sos amiga de una campesina", le dijo Celina, la más popular del grupo.
"Sagrario es mi mejor amiga...".
Todas las otras niñas se empezaron a reír. Celina le puso un sobre frente a la cara. "Te estoy invitando a mi fiesta. Pero eso sí, tenés que llevar a tu 'amiga'. Allí nos arreglamos".
Cuando Margarita le dio la invitación a su madre, ésta sólo dijo: "Mirá qué buena gente, Celina". Margarita tragó fuerte. No, Celina no era buena gente. Sagrario, por su parte, soñaba con su muñeca.
El día de la fiesta, doña Guillermina las llevó a la casa de Celina en la San Benito. Era una casa inmensa, en la mesa había un pastel lleno de rosas y gaseosa para todas...todas menos Sagrario.
"Niñas", dijo Celina, "Margarita nos ha traído hoy a su sirvienta. ¿Verdad, Margarita?". Y, para el horror de Sagrario, Margarita asintió con la cabeza. "Bueno, entonces..."… Celina abrió una bolsa de churros para esparcirlos por todo el cuarto. "Vaya...Sacramento, Susana, cómo te llamés. Recogelos. Y después, te los podés comer".
Sagrario miró a Margarita, se dio la vuelta, y salió corriendo por la puerta de enfrente. Margarita, por reflejo, intentó seguirla, pero Celina la tomó del brazo. "No, niña, dejala ir. Es una sirvienta. Hoy que ya podés ser una de nosotros..."
El resto del tiempo que Margarita estuvo en la fiesta, fue la reina. Pero se le acabó rápido, porque a la hora y media llegaron ambos padres por ella. Ni bien se subió al carro, Don Ramón le dio una cachetada. "Nunca se traiciona a los amigos, aunque haya personas de dinero que te presionen".
"Pero la Sagrario es una sirvienta..."
"¡Pues no!", le gritó doña Guillermina. "Para que sepás, el dinero que ganamos para pagarte ese colegio es gracias a Bertilda. Es mi empleada, no mi sirvienta. Y fue peligrosísimo que Sagrario se subiera a un bus sola".
El lunes, Margarita se encontró con que ella era la "sirvienta", si quería ser una de las amigas de Celina, porque no sólo tenía que obedecerla en todo, sino también darle parte de su almuerzo, el cual Celina siempre botaba al suelo con un "¡guácala!", imitado por las otras niñas. En casa, Sagrario no le hablaba. Margarita estaba sola.
Una tarde, Margarita encontró que su abuela se había mudado con ellos, por seguridad. Fue un respiro. Su abuela siempre la escuchaba. Al oír la historia de la fiesta, sugirió que Margarita escribiera una nota pidiéndole perdón a Sagrario y preguntó cuál era la muñeca Roxana que quería.
Llegó la Nochebuena. Margarita tenía enfrente de ella no menos de cinco regalos de su abuela, envueltos en cajas enormes. Sin embargo, tenía que escoger primero uno, dárselo a Sagrario y pedirle perdón. Sagrario entró cabizbaja y meditabunda. No había habido muñeca "Roxana" y ella le había pedido tanto al Niño Dios...
Margarita tomó la caja más pequeña y se la dio con un "perdóname, por favor". Sagrario la rompió sin muchas ganas y ¡sorpresa! Allí estaba su muñeca "Roxana".
"¡Gracias!", gritó abrazando a Margarita, "¡sos la mejor amiga del mundo!"
Contenta, procedió a abrir sus regalos. Pero lo que pensaba que eran unos patines, eran unos tenis. Todas las cajas eran demasiado grandes para los regalos: un tubo de pasta de dientes, un cepillo y un par de calcetas. Tuvo que tragarse sus lágrimas porque no podía enojarse con Sagrario otra vez. Antes de cenar, su abuela la llamó y le preguntó cómo se sentía.
"¡HORRIBLE! No le debí dar ese regalo a Sagrario"
"¿Y por qué se lo diste?"
"Porque era el más chiquito..."
"Margarita", le dijo su abuela, "el valor de las personas y las cosas no se define por su tamaño. Lo grande y lo pomposo no es necesariamente bueno. A veces, es sólo vulgar. Como la pasta de dientes o el ego de Celina".
Doña Guillermina se asomó en ese momento. "Margarita, creo que dejaste algo bajo el árbol de Navidad".
Margarita salió corriendo, sólo para encontrar dos hojas de periódico dobladas bajo el árbol. Suspiró pensando en la nueva lección de sus padres ¡que era un viaje a Miami!
Margarita, hizo la rueda y se fue corriendo a enseñárselo a Sagrario, que estaba peinando a su muñeca.
"Vamos a encender unas estrellitas?"