El ángel mensajero y la niña sobreviviente del incendio de los campos, continuaron su camino hasta llegar a una cumbre desde donde se contemplaban los valles del eterno verdor y las luces de un nuevo y brillante amanecer. “Hasta aquí llego contigo -dijo el querube. Termina de arribar a la comarca. Allá encontrarás la dulzura de todo lo perdido y la realidad de todo lo soñado.” Dándole una llave de oro, agregó: “En medio de los cultivos encontrarás a un espantapájaros bueno que canta canciones y es amigo de las aves. Entrégale esta llave mágica que abre las puertas maravillosas del Reino del Amanecer. Dile que debe cuidar eternamente los sembrados y la esperanza de todos.” Llena de regocijo, la chiquilla corrió entre los campos del eterno esplendor. Allá en donde todas las cosas perdidas volvieron a ser suyas: el llano florecido, su casa, las palomas andariegas del viento y toda la felicidad de ayer. Correteó entre las perfumadas margaritas que una vez se quemaron, pero que hoy hermoseaban eternamente la llanura. En el camino encontró al enamorado espantapájaros, señoreando sobre los cultivos. Lo vio de nuevo cubierto de pájaros, en medio de las mariposas. Cantaba canciones que sólo podía escuchar el corazón. “Hola viejo amigo -dijo la niña al espantajo, entregándole la llave prodigiosa. El ángel me la dio para que abras las puertas del alba. Te han nombrado celador de la felicidad.” Acarició sus brazos de paja y agregó: “El querubín me aseguró que este paraíso duraría mientras hubiera amor en nuestros corazones.” (XIV) De: “La Vida es Cuento” © C. Balaguer
Dulzura y realidad de todo lo perdido
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