La liturgia de la Iglesia Católica en la Misa de Nochebuena nos anima a celebrar el Nacimiento de Cristo, con el anuncio de los ángeles a los pastores: “Hoy nos ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor” y que se repite en todas las iglesias del mundo, que se regocijan con el nacimiento del Niño Dios, “a quien todos los profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de madre, y Juan Bautista proclamó ya próximo” como hemos venido escuchando en los prefacios de las cuatro semanas de Adviento.
Este acontecimiento que dividió la historia en dos, llamándola AC, antes de Cristo, y DC después de Cristo, que últimamente los promotores de un lenguaje para ellos políticamente correcto, debe cambiarse a antes y después de la Era Común, para no incomodar a quienes comparten otras creencias, excusa absurda para intentar borrar de la faz de la tierra, la llegada de Aquel, que el gran poeta latino Virgilio, anunciara en una de sus grandes obras, como “la llegada de un Príncipe de la Paz” que durante siglos ha llenado de alegría al mundo y de paz a las familias.
Todos recordamos con qué ilusión cuando niños, esperábamos la llegada de la Navidad, para preparar el nacimiento. Grandes y chicos se esmeraban en preparar un portal, donde José y María reclinarían al recién nacido, que pronto recibiría la visita de los pastores, y de los Reyes Magos venidos de Oriente. Días de ilusión, que reunían a las familias, cantando villancicos para celebrar la llegada del Redentor.
Nuestro mundo moderno, tan lleno de materialismo y frivolidad, ha convertido esa fiesta sublime, en un torbellino de consumismo, que lejos de dar paz, causan preocupación, estrés y una competencia desenfrenada con amigos y vecinos, para demostrar qué tanto poder económico poseemos, y de lo mucho que hemos logrado en el ámbito de los negocios, lo que se exhibe en costosos regalos, comidas y bebidas, dejando de lado al Niño Dios.
Intereses mezquinos siguen intentando borrar el sentido cristiano de la fiesta, por lo que tarjetas y saludos que antes reproducían los cuadros donde grandes artistas plasmaban la escena del Belén, hoy son sustituidas por duendes, Santa Claus, el Grinch y toda clase de animales, que pretenden desearnos “felices fiestas” borrando el alegre deseo de una “Feliz Navidad” que llenaba de alegría los corazones, porque no hay Navidad sin Jesús.
Nuestras ciudades derrochan luces y árboles de navidad, propaganda de muchas empresas, muchos de dudoso gusto, que pretenden sustituir, aquellos artísticos nacimientos que antes adornaban plazas y redondeles y eran un mensaje de esa paz y amor, que tanto no hacen falta, y no podremos lograr si prescindimos de quienes deben ser el centro de la celebración.
Nuestro país, que lleva el nombre del Divino Salvador del Mundo, está muy lejos de lograr la paz, porque hemos olvidado el mensaje más importante que Jesús nos dejó de cuidar de nuestros hermanos más pequeños, de los más vulnerables, de los más necesitados, porque de ellos será el Reino de los Cielos, y para ganarlo, Él nos recordará que lo que hagamos por nuestros hermanos los pobres, es como si lo hiciéramos por el mismo Jesús. Es doloroso, y una vergüenza como país, que muchos gastarán en excesos, lo que tantos necesitan para una vida más digna, y que sigue teniendo vigencia el Cuento de Navidad de Charles Dickens con la figura del millonario solitario.
Para todos los salvadoreños, una Feliz Navidad, y que la Estrella de Belén nos guíe hacia un mejor destino de justicia y de paz.
Maestra.