Se hablaba en la comarca sobre un cantor fantasma que solía escucharse en los campos. “Soberano –dijo el informante. El espantajo sigue desafiando tu autoridad. Hoy resulta ser amigo de ángeles cantores que le han devuelto la voz. Los labriegos han empezado a entonar sus mismas canciones que hablan de la felicidad. El pelele se ha vuelto cantor de la provincia, mientras tú aún sigues allí, sin pronunciar todavía el nombre del amor.”
El desdeñado rey mandó a quemar nuevamente al espantapájaros para callarlo de una vez. “Ve a quemar al traidor –dijo al mayoral. Hazlo de noche, cuando todos duerman en la comarca y también el tonto soñador. Es la única forma de vengarme de su ilusoria felicidad. ¡Un pelele de paja me la ha robado! ¡Debe arder y pagar su culpa…!” Nuevamente la suerte del rapsoda de palma estaba echada. Iba a ser incinerado de nuevo. El alguacil llegó hasta los sembradíos y -aprovechando que Espantaflor dormía plácidamente- le dio fuego, haciendo huir al querubín del eco. Aquello produjo un gran incendio. El mismo que se fue agrandando hasta devorar el maizal y la comarca entera, que ardió junto al enamorado fantoche de hojarasca. Lo triste es que los verdes campos quedaron hechos ceniza. El incendio arrasó con toda la ranchería y hasta con el reino entero. Un viento de tragedia y desolación recorrió los contornos. Todos, junto a la cantante visión de los campos, habían perdido -no sólo su humilde paraíso- sino también las razones de amar. (XII) De: “La Vida es Cuento” © C. Balaguer