Dios hizo a los espantapájaros eternos como los montes, el mar y las estrellas. Aunque por ser hechos de paja, eran frágiles como los mismos hombres del llano. Sin embargo, de tanto caer y renacer al año, se volvieron inmortales como las ilusiones. Aunque el fuego quemara al espanta nubes, sobre sus escombros crecían las campánulas y los labradores volvían a levantar al guardián de la llanura. De tanto mirar a los caminantes y a los años que pasaban, el muñeco aprendió a irse. Después de quedar dormido, decidió marcharse a otras tierras. Aunque fuera en sueños, como soñador que era. “Me voy, buscando aventuras” –dijo. Así -cerrando sus ojos- emprendió camino sin que nadie le viera, apareciendo en diferentes sitios. Hoy estaba aquí y mañana en otro lugar lejano, cuidando nuevos sembradíos y asustando a las calandrias mensajeras. Anduvo por aquel mundo imaginario con una suerte de aves coloridas sobre su cabeza, como suelen ser las fantasías de los espantajos de mimbre. Un día -durante el tiempo de cosechas soleado y dichoso- la aldeana enamorada despertó al pelele y preguntó de nuevo: “Dime tu nombre, novio del valle, que -
"Dime viento, cómo decir mi nombre" –pidió Espantapájaros al ventarrón. "Tú lo enseñaste a las aves y por ello cada cual dice su nombre y tonada. También enseñaste a tocar la diana a la trompeta de bronce y al clarín tempranero. Enseñaste además a cantar a los bosques de bambú y al eco repetir el nombre de los anhelos. Enséñame entonces cómo decir mi nombre a la hermosa aldeana que me ilusiona." El viento aceptó enseñar al enamorado de palma el habla de la brisa. Desde entonces se empezaron a escuchar canciones de amor sobre el dorado maizal. Un asombrado labriego oyó cantar al fantasma de mimbre las más dulces canciones. Corrió luego el rumor en la comarca de un espanta-cuervos cantor.
"Mi rey –corrió a avisar el delator. El necio espantapájaros ha aprendido a cantar. Después de permitir que los cuervos y palomas picotearan el maizal y de haberte robado el amor de la joven labriega, hoy ha aprendido a cantar. Y mira lo que hace: ¡Llena el viento con sus cantos de amor, mientras tú quedas allí, croando como un sapo!" El envidioso monarca mandó a fusilar al espantajo. Mozos y mayorales cargaron sus escopetas. Tan solitario quedaría el plantío sin su idílico cantar. Sin embargo, después de aquello, el ángel del Eco bajó del aire y volvió a formar -recogiendo nota por nota- sus canciones perdidas. "Me ocultaré dentro de ti" -dijo el querubín. Así volvió a escucharse de nuevo en los sembradíos el canto lejano del espantador de alondras. (X) De: "La Vida es Cuento" © C. Balaguer