Desde finales del siglo XVIII, y gracias a implementación de las máquinas de vapor en diferentes áreas, la recepción y comunicación científicas sufrieron grandes transformaciones, desde el tradicional intercambio epistolar entre científicos de cada lado del Atlántico a una nueva manera de comunicación especializada: las revistas y publicaciones científicas. En esta novedosa manera de intercambio intelectual, los científicos de cualquier parte del mundo aspiraban a enviar sus trabajos y artículos a aquellas revistas gestionadas por los grupos más influyentes de la época, como la Royal Society de Londres o la Academia de Ciencias de París.
Los artículos, reportes, reseñas y otras cuestiones aceleraron el flujo de ideas e intercambio, que trajo beneficios a todas las áreas del conocimiento. Entre ellas, la botánica. Y si bien la era de la clasificación de las plantas se encontraba ya muy avanzada, algunos trabajos, como el de Matthias Schleiden (1804-1881), publicado como Principios de botánica científica (1849), daban cuenta de la importancia de continuar con la descripción de las plantas. Un trabajo que ya Agustin de Candolle (1778-1841) había desarrollado en Francia, junto con otros 35 autores, para así dar cuenta de más de 58,000 especies reportadas. Un número que doblaba al de las plantas conocidas antes de ese tiempo.
A este auge en la clasificación y sistematización de los especímenes botánicos de todo el mundo se unirían las exploraciones científicas decimonónicas, marcadas por los estudios de Alexander von Humboldt (1773-1858) y el francés Aimé Bonplant (1773-1858), quienes profundizaron en la conexión entre el clima y la distribución de las plantas y observaron las similitudes entre las floras de los diversos continentes e inspiraron al británico Joseph Hooker (1817-1911) a convertir los jardines de Kew en un gran centro de cálculo, donde fueron recibidas y clasificadas las floras de todo el mundo (principalmente de la Antártida, la India y el Oriente Medio), así como al patrocinio de viajes de exploración por todo el globo.
El estudio de las floras en todo el planeta, en especial las emprendidas durante la primera mitad del siglo XIX con la construcción de los estados nacionales en América y otros puntos de presencia imperial y colonial, no sólo permitió hacer un recuento de los territorios de las nuevas naciones, cuya riqueza natural se consideró aún no del todo explorada, facilitando su intercambio y aclimatación hacia otras regiones con fines de explotación comercial.
En este marco, el médico salvadoreño David Joaquín Guzmán Martorell (San Miguel, 1843-San Salvador, 1927) notó que El Salvador y el resto de las repúblicas centroamericanas no formaban parte aún de este gran proyecto internacional de integrar la flora mundial, por lo que desde la década de 1870 se propuso sistematizar todas aquellas plantas que crecían en el país y reconocer como propias aquellas que habían sido aclimatadas desde otros lugares, anotando el origen de las mismas, pero reconociéndolas como propias del territorio salvadoreño.
Para Guzmán Martorell, el suelo salvadoreño y las condiciones ambientales ofrecían a la mayoría de las plantas traidas desde otros lugares una "nueva y fecunda patria" para vivir y desarrollarse. Una idea con una profunda raíz nacionalista, ya que, según él, todas las especies conocidas de Europa, incluidos granos como el sorgo y el trigo, podían ser cultivados en la nueva república salvadoreña. La idea nacionalista del estudio de las plantas como fruto de una patria concreta fue compartida también por el químico francés Jules Rossignon (¿1821?-1883), radicado en El Salvador como catedrático de la Universidad y quien advirtió "que no se permitiera que Europa conociera mejor el suelo centroamericano" que los propios salvadoreños.
A las especies reportadas en el suelo nacional se unirían aquellas del resto de las republicas centroamericas, que Guzmán Martorell conocía bien gracias a sus exilios por razones políticas y a sus trabajos médicos en Costa Rica y su participación como cofundador del Museo Nacional de Nicaragua. Ese registro fue presentado bajo el título Especies útiles de la flora salvadoreña, con aplicación a la medicina, farmacia, agricultura, artes, industrias y comercio, que si bien fue el resultado de casi 50 años de trabajo, fue editado y publicado en 1924 por la Imprenta Nacional, en la ciudad de San Salvador como un grueso tomo de 678 páginas. Aunque una versión anterior, de menor alcance, había sido publicada como una flora comparativa de los estados de El Salvador, Nicaragua y Costa Rica en la revista institucional Anales del Museo Nacional (San Salvador, 1903-1911).
En la Flora salvadoreña, Guzmán Martorell presenta un completo y metódico estudio editado en su conjunto en 1924. Dicha obra, que trasciende la mera nomenclatura de las especies vegetales, reconoce los usos y aplicaciones que pudieran ser de interés en áreas tan diversas como la agricultura, la medicina y las llamadas artes industriales de inicios del siglo XX. Con base en los lineamientos de la geografía botánica, el científico salvadoreño también señaló cada hábitat o centro de vegetación como aquellas zonas donde se acumulaban la mayor cantidad de especies vegetales de la región.
Su estudio también incluye los nombres vulgares asignados por el pueblo salvadoreño, complementados con su nomenclatura científica, con el fin de que estos estudios también pudieran ser comprendidos por científicos de otros países. A esto se sumaba que los nombres vulgares de las plantas que coincidían en los territorios de México, Centroamérica y las Antillas, así como algunos países de Sudamérica, fueron incluidos en todas sus formas, a pesar de variar de una república a otra, con el fin de dar cuenta de las semejanzas y coincidencias de los especímenes de la región.
El estudio de la flora salvadoreña fue completado con información de la composición y propiedades farmacéuticas y fisicoquímicas de las plantas registradas, gracias a la propia experimentación de Guzmán Martorell en la mayoría de los especímenes incluidos.
A diferencia de otros de sus libros, el naturalista salvadoreño no quiso que este texto se limitara a la élite académica de la época, sino que también fuese accesible y de interés para el gran público, por lo que se inclinó porque fuera un texto fiable y de referencia para toda persona que quisiera consultar la información acerca de alguna planta.
El proyecto original del naturalista migueleño incluía 340 figuras y grabados hechos por artistas nacionales y otros aportados por la casa editorial parisina Hachette y Cía., pero no fueron publicados ni en la edición original ni fueron retomados en sus posteriores reediciones más populares y en dos tomos. Por desgracia, no se han conservado hasta nuestros días esas ilustraciones botánicas originales ni el valioso archivo personal de ese científico salvadoreño.
La lista y utilidad de los especímenes que registró son amplias. Van desde las flores destinados a la ornamentación hasta las maderas útiles para la construcción de muebles y transportes, pero también consignó un espacio a todas aquellas plantas que pudieran tener usos en la farmacia y la medicina. Si bien Guzmán Martorell sostenía que el número de especies botánicas ventajosas era extenso, en su libro se ciñó a 900 especímenes, bajo un criterio personalísimo de proponer sólo a aquellos que realmente consideró como especies útiles de la flora salvadoreña.
La catalogación botánica hecha por Guzmán Martorell fue publicada en tres grandes secciones. La primera sección enumera con detalle a las plantas salvadoreñas que él mismo consideraba útiles y de aplicación práctica. Esta sección se trata "del alma del libro", donde cita y retoma lo que otros autores reportaron acerca de la flora salvadoreña. La segunda parte de esta sección contiene un estudio sobre las maderas nacionales útiles y sus aplicaciones, junto con un amplio estudio sobre las orquídeas salvadoreñas y aquellas consideradas exóticas, pero que eran susceptibles de cultivarse en el país.
La segunda sección contiene una versión amplia de los estudios que Guzmán Martorell realizó acerca de la morera y la cría de gusanos de seda que descubrió a inicios de 1885 en la sierra Apaneca-Ilamatepec. Ese fue un proyecto personal que lo llevó a proponer el desarrollo de la sericultura nacional, gracias a sus estudios y su colaboración empresarial con el entomólogo armenio-estadounidense Dr. Vartan Kreikor Osigian (1878-¿?), quien instruyó a niños salvadoreños en la crianza de dichos gusanos y después desplegó amplia actividad como investigador y empresario sericultor en Nicaragua y Guatemala, Venezuela y Estados Unidos. Esos trabajos le valieron a Guzmán que el zoólogo parisino Charles Émile Blanchard (1819-1900) clasificara y nombrara como Psylli Salle gusmanensis al gusano de seda descubierto en El Salvador, en honor de Guzmán Martorell. A esa designación honrosa se unió el neoyorquino William Trelease (1857-1945), director del Jardín Botánico de St. Louis (Missouri), quien denominó en honor del migueleño a otra planta, la Agave rígida salvatoriensis gusmaniana, un tipo de henequén procedente de la region oriental salvadoreña.
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La tercera sección de su obra, el Dr. Guzmán Martorell se la dedicó al estudio y cultivo del café salvadoreño, a partir de los trabajos desarrollados por el botánico, zoólogo y médico ahuachapaneco Dr. Sixto Alberto Padilla Tovar (1857-1932), autor de los cinco tomos del Diccionario botánico y portátil de las tres Américas (1917-1926).
La flora trazada con tanto detalle por el Dr. Guzmán Martorell estaba vinculada con sus afanes progresistas por consolidar la participación de El Salvador en ferias internacionales y exposiciones universales como las de París, Chicago o Nueva Orléans, así como con la institucionalización del Museo Nacional, del Jardín Botánico y de una gran feria nacional local. A su juicio, para que El Salvador pudiera unirse al entramado de naciones modernas era imperativo contar con un inventario nacional de las riquezas vegetales y minerales que permitiera articular de manera racional, con fines clasificatorios, investigativos y comerciales, las curiosidades botánicas y extractivas con las que contaban las distintas regiones del territorio nacional.
La flora del Dr. Guzmán Martorell es también un documento imprescindible para estudiar los trabajos realizados en el Jardín Botánico salvadoreño, formado en 1913 en la Finca Modelo (San Salvador, después Zoológico Nacional) y donde fueron sembradas plantas como el teosinte (con semillas procedentes de Gotera), canela, salvia y una colección de orquídeas que daba continuidad a los trabajos pioneros del naturalista vicentino Dr. Darío González Guerra (1833-1910). Por desgracia, todo ese esfuerzo institucional se perdió por falta de un presupuesto adecuado que lo sostuviera en el tiempo.