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La banalidad de la corrupción en El Salvador

El exhibicionismo del dictador y su clan está provocando que la corrupción se vea como trivial, intrascendente, cuando la realidad es que la corrupción y todos sus instrumentos, como la opacidad, la reserva de información pública, la no rendición de cuentas, son una fuente de muerte y miseria: en efecto, LA CORRUPCIÓN Y SUS CÓMPLICES SON UN ASESINO MORTAL Y SERIAL, que viola flagrantemente los derechos humanos.

Por Enrique Anaya
Abogado constitucionalista

            En el contexto de la Semana de la Transparencia se divulgaron estudios, informes y encuestas que evidencian que El Salvador está, en el proceso de lucha contra la corrupción, en una situación realmente menesterosa, al grado que se ha profundizado una visión cultural y social que acepta y hasta premia conductas corruptas.

            Tal situación me hizo recordar las reflexiones de un muy querido amigo, un joven y talentoso jurista, que hace como dos años decidió emigrar, irse del país, y me explicaba, con palabras surgidas de la tristeza y decepción con su patria: “Con la dictadura, El Salvador se está convirtiendo, desde una perspectiva moral y ética, en una fosa séptica…ahora resulta que las personas decentes, honestas, somos tratadas como parias, como apestados…ahora se celebra o se aplaude la corrupción, la complacencia con el tirano de turno, la cobardía, el silencio…ahora, incluso entre personas con estudios y formación profesional, parece que la competencia es ver quién es más lambiscón con el poder, con el dictador…parece una carrera entre aduladores…y, definitivamente, yo que tengo dos hijos por entrar en la adolescencia, no quiero que se críen en un ambiente tan asqueroso…quiero que mis hijos sean buenas personas, buenos ciudadanos, que reconozcan como valores la bondad, la decencia, la honestidad…(inhala, exhala)…y que rechacen la cobardía, la adulación, la corrupción…por eso (lágrimas)…prefiero irme de este país”.

            Y mi amigo se fue de El Salvador, con su familia nuclear, instalándose en un país donde existe respeto a la institucionalidad democrática, donde la corrupción se reprocha y se castiga…y, hoy día, aunque extraña su patria, vive feliz de conceder a sus hijos la oportunidad de crecer y desarrollarse en un ambiente sano, en el que para sobrevivir no necesita estar de lambiscón y arrodillado ante un vulgar y mentiroso dictador, o ante políticos chabacanos y pedestres.

            Y es que, en efecto, si es casi inmemorial que los salvadoreños son deferentes con la corrupción, como lo evidencian dichos populares como “que no me den, que me pongan donde hay”, o aquello de “el que no se aprovecha, es tonto”, la realidad es que la frágil democracia que se extinguió con el bukelato sí había generado un ambiente en el que la corrupción es un hecho que generaba preocupación, indignación y hasta irritación.

            Precisamente, parte de las causas de la llegada del dictador al poder fue el hastío de la ciudadanía con políticos deshonestos e incapaces, que amén de aprovecharse del poder estatal para sus negocios y corruptelas, no solucionaban los problemas más apremiantes de la mayoría de la población: eso significa, entonces, que esa época, al menos existía indignación frente a la corrupción y se reclamaba luchar contra ella, esto es, no se miraba bien el abuso del poder público para beneficio personal.

            Ahora resulta, sin embargo, que con la instalación formal de la dictadura se está produciendo una gravísima deformación social, moral y ética, ya que actualmente la rampante corrupción se celebra, se aplaude, se justifica, se hace chiste; como lo demuestran frases al estilo “si lo de antes robaban, dejen que él (el dictador y su círculo íntimo) robe”; “al menos él si hace obras, aunque robe”; “tonto sería él si aprovecha la oportunidad”; “él se lo merece, pues él ama al país”…y así muchos más dislates.

            Esta deformación social, que asume como “valores” lo que en realidad son “disvalores” puede denominarse, apropiándome de la idea de la famosa y controversial frase acuñada por Hanna Arent, LA BANALIDAD DE LA CORRUPCIÓN.

            El origen y contexto de tal expresión fue el proceso Adolf Eichmann por genocidio, en Israel, en 1961, que Arent observó como corresponsal de la revista The New Yorker: según lo entendió Arendt, Eichmann realizó sus condenables actos, específicamente la logística de transporte de judíos y otras minorías a los campos de concentración, lo que provocó la muerte de millones de personas, no porque aquél fuere un convencido fanático antisemita, sino porque Eichmann se veía a sí mismo como un burócrata eficiente, sin preocupación por las consecuencias de sus actos, por lo que, para él, el exterminio de una colectividad era cosa trivial, pues él simplemente cumplía órdenes.

            Pues, con todas las diferencias que suponen realidades distintas, es preocupante la erosión moral, ética, política y social que están imponiéndose en El Salvador desde la propaganda de la dictadura, que busca normalizar la corrupción, verla como natural.

            En efecto, con lo peor del mal gusto -hasta ofensivo- el dictador y su corte se dedican al exhibicionismo de una vida de lujo y de riquezas; y, así, el dictador viaja exclusivamente en jets privados, o en un helicóptero pagado con fondos públicos, o que ahora él y su familia son propietarios de fincas cafetaleras, o que los bienes públicos se utilizan para actos familiares privados, como el uso de la casa presidencial en el Lago de Coatepeque, o la reciente boda en el Palacio Nacional, ahora convertido en sala de fiestas.

            El exhibicionismo del dictador y su clan está provocando que la corrupción se vea como trivial, intrascendente, cuando la realidad es que la corrupción y todos sus instrumentos, como la opacidad, la reserva de información pública, la no rendición de cuentas, son una fuente de muerte y miseria: en efecto, LA CORRUPCIÓN Y SUS CÓMPLICES SON UN ASESINO MORTAL Y SERIAL, que viola flagrantemente los derechos humanos.

            Por ello, tanto los ciudadanos con pensamiento crítico como las entidades de la sociedad civil organizada -academia, defensores de los derechos humanos, centros de pensamiento- debemos insistir en una visión moral y ética del ejercicio de la función pública y del quehacer privado, exigiendo que se destierre la corrupción y todos sus males.

            P.D.: ¿quién apuesta que antes de ir al período de vacaciones navideñas y de fin de año, los diputados puyabotones, aprovechando la distracción de la población, “aprobarán”, cumpliendo con las órdenes del dictador, tanto la derogación de la prohibición de la minería metálica, como la espuria reforma al artículo 248 de la Constitución?

Abogado constitucionalista.

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Lucha Contra La Corrupción Opinión

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