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Historia de un aguinaldo

José, que para sus amigos es Chepe, para su gobierno no es nadie. En unos días será tan solo una cifra más entre las miles y miles de personas despedidas, o de vendedores “informales”, o de migrantes indocumentados.

Por Ramiro Navas

Ha llegado diciembre y llegó como casi todos queríamos, con cielos despejados y vientos que alborotan las hojas y también un poco las nostalgias. Se ven menos piscuchas en el cielo de las que se veían antes, pero es inequívoco el ambiente de un año que se va, de niños de vacaciones, de organizar compras, decoraciones, festejos.

El héroe de nuestra historia se llama José, que para sus amigos es Chepe, Juega en el torneo de papi futbol en la cancha de su colonia todos los domingos, excepto cuando lo molesta demasiado el dolor en la columna baja por el que hace meses tenía que ir al Seguro, pero le da pereza pedir la cita. Tampoco va a jugar cuando a su señora le toca servir en la iglesia, porque sale ya tarde y casi siempre la acompaña.

José, que para sus amigos es Chepe, ha logrado tomar asiento en la coaster esta mañana de diciembre, lo cual es un alivio para no ir una hora parado y apretado. Antes tenía un carrito algo golpeado por la vida, pero que no lo dejaba perder. O al menos no lo dejó perder hasta el día en que el mecánico le advirtió que aquella pieza defectuosa ya no aguantaba otra reparación, que era hora de desmontar el motor y cambiarla. Desde entonces se mueve en bus, lo cual es un alivio porque se ahorra la gasolina. Por eso ir sentado, a esta hora y para estos días, es prácticamente un milagro.

Mientras el bus avanza, nuestro héroe agarra bien la mochila y repite las cuentas en su mente. Si la compañera secretaria tiene razón, ahora cae el aguinaldo. Lo primero que hará es abonar a lo que tiene pendiente con la señora del alquiler de la casita. Bien podría pagarle todo, pero necesita un guardadito para llevar a la esposa y los hijos a bañarse al mar. La hija mayor entra el otro año a la universidad, y lo mejor es que vaya a la UES. Para él, que no pudo terminar el bachillerato, asistir a la universidad pública es un honor bien grande y requiere sacrificio. Su hija, aunque insiste en ir a una privada porque la calidad de la UES ha bajado desde que le quitaron presupuesto, se tiene que terminar acostumbrando. Lo importante es que siga, por eso tiene que quedar una reservita por los gastos que siempre se presentan.

El hijo pequeño tiene aspiraciones más simples. Los amiguitos juegan un asunto en el celular y dice que si le mete unos cinco dólares le van a dar accesorios para su personaje. Aunque José, que para sus amigos es Chepe, no comprenda bien qué diferencia hace gastar en eso, opina que el niño se lo ha ganado. De todos modos, ¿qué son cinco pesitos, para la bendición de tener hijos correctos y bien portados? La cuenta, solo hasta ahí, ya lleva más de la mitad del aguinaldo.

Su calculadora mental se ha interrumpido. Sube una anciana con canasto en la cabeza y José, que para sus amigos es Chepe, le cede el asiento. Mientras se acomoda la mochila en la espalda, lo alcanza otra vez el rayo inclemente de la realidad: no sabe cómo le explicará a su esposa que este será el último aguinaldo. Hace meses se rumoraba que la institución pública para la que ha trabajado como motorista por más de veinte años haría “supresión de plazas” antes de 2025. El rumor se volvió realidad más rápido de lo temido, tan rápido que a veces todavía piensa que un milagro es posible. Que veinte años de trabajo digno, sin problemas con nadie, trabajando para jefes de todos los partidos y colores, tienen que valer para que consideren conservarle su puesto. O por lo menos, pues, para que sí le den la indemnización que a los despedidos anteriores les han negado.

De cualquier modo, nuestro héroe sabe que las cosas se van a poner, como decimos en buen salvadoreño, color de hormiga. La señora apenas logra juntar unos centavitos con la venta de panes con pollo los sábados, eso no va a ser suficiente para los gastos que vienen. Nunca había considerado la idea de migrar (no está tan viejo, pero tampoco tan cipote). Sabe que la vida en otro país es dura, y que un viaje “ilegal” lo es muchísimo más.

José, que para sus amigos es Chepe, para su gobierno no es nadie. En unos días será tan solo una cifra más entre las miles y miles de personas despedidas, o de vendedores “informales”, o de migrantes indocumentados.

Pero José, el héroe de nuestra historia, llevará a su familia este fin de semana a tomarse fotos al Centro Histórico. Es un buen padre. Le tienen que alcanzar unos centavos de su último aguinaldo para tomarse un café aquí, en el país de la sonrisa.

Analista político.

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