Los seres humanos somos educados para cumplir normas de convivencia; parte de este proceso pedagógico integra pautas de obediencia, es decir la acción de cumplir la voluntad de quien manda u ordena; o la disposición voluntaria de someterse a una autoridad. Para algunos autores la obediencia tiene un enfoque moral que distingue a los seres humanos de los animales, ya que se realiza mediante la razón y la voluntad.
Obediencia (del latín oboedientia, obediere) se interpreta como escuchar o prestar atención e implica en diverso grado, la subordinación de la voluntad a una autoridad, el acatamiento de una instrucción, el cumplimiento de una demanda o la abstención de algo que se prohíbe. Los niños suelen estar sometidos constantemente a un régimen de obediencia bajo las autoridades de padres, madres o docentes.
La figura de la autoridad que merece obediencia puede ser, ante todo, una persona o una comunidad, pero también una idea convincente, una doctrina o una ideología y, en grado sumo, la propia conciencia, o una deidad en el caso de las religiones.
En el comportamiento obediente la clave es la “autoridad”, y en ella aparece el “poder” y las “jerarquías”. Dos grandes psicólogos Milgram y Zimbardo realizaron experimentos para comprender la arquitectura de la obediencia.
El experimento de Stanley Milgram -Yale 1963- logró la publicación «Behavioral Study of Obedience» («Estudio comportamental de la obediencia») y un libro Obedience to authority. An experimental view (Obediencia a la autoridad. Una perspectiva experimental) en 1974. El fin de la prueba era medir la disposición de un participante para obedecer las órdenes de una autoridad aun cuando estas pudieran entrar en conflicto con su conciencia personal. Milgram demostró que las personas tienen una fuerte tendencia a obedecer a las figuras de autoridad; además descubrió que los sujetos tenían más probabilidades de obedecer en algunas circunstancias que en otras. La obediencia se maximizaba cuando: Las órdenes las daba una figura de autoridad en lugar de otro voluntario; la figura de autoridad estaba presente en la habitación con el sujeto; o el sujeto no vio a otros sujetos desobedeciendo órdenes.
El experimento de la cárcel de Stanford de Philip Zimbardo -Stanford, 1971- analizó la influencia de un ambiente extremo, la vida en prisión, en las conductas desarrolladas por los sujetos, dependiente de los roles sociales que desarrollaban (cautivo, guardia). Sin embargo, el experimento se les fue pronto de las manos y se canceló en la primera semana. De este experimento surgieron múltiples publicaciones, particularmente: “The Stanford prisonexperiment” (Zimbardo,Haney, Banks, Jaffe, 1971); y “El efecto Lucifer” (2012); aquí explica cómo las fuerzas situacionales y la dinámica de grupo pueden convertir a personas aparentemente normales en monstruos. El autor se basa en ejemplos históricos y en sus propias investigaciones para demostrar cómo un factor situacional puede deshumanizar a las personas.
Desde el punto de vista de la psicología social, las personas obedecen órdenes porque quieren obtener recompensas, porque quieren evitar las consecuencias negativas de desobedecer y porque creen que una autoridad es legítima. En situaciones más extremas, las personas obedecen incluso cuando se les exige que violen sus propios valores o cometan delitos.
Las personas suelen justificar su comportamiento obediente asignando responsabilidad a la autoridad en lugar de a ellos mismos; también las personas definen el comportamiento que se espera de ellas como rutina y no quieren ser groseros ni ofender a la autoridad. Las personas obedecen primero las órdenes fáciles y luego se sienten obligadas a obedecer órdenes cada vez más difíciles. Este proceso se le llama entrampamiento.
Mucha gente, incluso con altos niveles de educación, son propensos a obedecer, a reconocer una autoridad y una posición en una escala jerárquica; ¿por qué se da esto…? La gente obedece por diversos motivos: Integración social; aceptación social; gratitud; autoridad legítima; virtud moral; autodisciplina; evadir responsabilidades; y sobre todo miedo. Es probable que a menores niveles de escolaridad se pueda acentuar la obediencia.
En el fondo el ser humano se educa y crece en un marco jerárquico de autoridad y obediencia; durante muchos años importantes de su crecimiento y desarrollo está sometido a sus padres, madres y maestros; y se genera un hábito de obedecer; quizá por esa razón existe una etapa de rebeldía en la adolescencia y juventud, intentando recuperar su independencia y desechando los marcos normativos.
También es posible que exista un contexto ético que influya en el comportamiento moral de los individuos; también enseñado en las catequesis o prácticas de crianza, influenciado en primer lugar por el temor a Dios, por el pecado, el infierno, y otros tópicos vinculados con el fenómeno del mal en la religión.
Para emanciparse de la autoridad y el poder el ser humano necesita altas cuotas de racionalidad, autoestima, determinación y responsabilidad; tener la capacidad de decidir y arriesgar al margen de la alteridad vigilante.
Según Mauri y Elton (2017) el concepto de autonomía moral ilustrada ha considerado a la obediencia como una conducta ciega e irracional; así se pasó del paradigma medieval a la ilustración, o del teocentrismo al antropocentrismo. Occidente se construyó sobre una base moral cristiana plagada de amenazas para disciplinar a la sociedad, algo que persiste en el debate contemporáneo entre progresistas liberales y conservadores supremacistas, en donde coexisten seres inferiores y superiores…
Efectivamente, detrás de los conceptos autoridad y el poder suelen esconderse principios perversos de superioridad e inferioridad; esto es notorio en la vida militar o religiosa y en no pocos casos en la cotidianeidad ciudadana por asuntos económicos y sociales. A veces obedecemos porque el que manda es “más” y el que obedece es “menos”.
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Investigador Educativo/opicardo@uoc.edu