Camilo Santos Rivas, de 90 años de edad, recuerda que su madre le comentó que al cumplir los nueve meses de haber nacido perdió la vista por completo.
Este hecho, aunque define gran parte de su vida, no lo ha detenido del todo. No obstante, su día a día está lleno de desafíos: caminar con seguridad, evitar tropiezos con huecos en la calle, o simplemente encontrar un trabajo estable que le garantice un ingreso fijo, en una sociedad que muestra poca solidaridad para personas con su discapacidad.
Originario de Chinameca, Usulután, su vida cambió el día que decidió aprender Braille para abrir nuevas puertas y empezó a viajar hasta la capital para a estudiar en Centro Escolar para Ciegos Eugenia De Dueñas, en el barrio San Miguelito, un viaje de 120 kilómetros en transporte público.
Así aprendió no solo aprendió el sistema de lectura y escritura para no videntes, sino que también descubrió una pasión que nunca habia imaginado hasta entonces: la música. Desde que tocó por primera vez las cuerdas del instrumento, se enamoró. La guitarra ha sido una extensión de su ser, un refugio, un modo de expresarse, pero también un trabajo que le permite ganar algo de dinero.
Camilo recuerda vívidamente el primer momento en que, tímidamente, pidió al conductor de un bus que lo dejara subir para cantar unas canciones. Tenía 22 años. Con el paso del tiempo, las subidas a los buses se hicieron habituales. Sin embargo, también las caídas. Los años cantando en la calle para ganarse la vida han dejado marcas de accidentes, pero nunca le arrebataron el deseo de seguir.
Luego de muchos años viajando de bus en bus, Camilo decidió mudarse a San Salvador, donde encontró en María Jacoba, su esposa, el amor y el apoyo incondicional. Juntos formaron un hogar en una comunidad en la Escalón, pero la violencia de las pandillas les obligó a tomar la difícil decisión de mudarse nuevamente. María recuerda cómo, en aquel entonces, la vida allí se volvió insostenible. "Había demasiados bolos y muchachos molestando, lo mejor era salir de ahí". Vendieron su terreno y se mudaron al barrio La Vega, donde comenzaron una nueva etapa, siempre juntos, siempre apoyándose mutuamente
Ella se dedicaba antes a la venta ambulante de distintos productos, mayormente medicinas, pero la edad y sus múltiples enfermedades le dificultan estar de pie, además de las cataratas que recientemente se le ha formado en sus ojos que van borrando la visión.
Camilo sufrió una caída hace un par de semanas, lo cual lo ha dejado en malas condiciones, por lo que ya no puede subirse a los buses. Sin embargo, cuando se siente mejor, se dirige al Centro Histórico, Allí, entre el Teatro Nacional y la Catedral Metropolitana, se instala con su guitarra, armónica y su bastón. Durante un par de horas canta las canciones que le piden, baladas y rancheras, mientras María, a su lado, se asegura de que todo esté bien. El sonido de su guitarra es su sustento, el medio para obtener algo para comer, pagar las cuentas, y comprar las medicinas que ambos necesitan.
Por suerte para ellos, los agentes del Cuerpo de Agentes Metropolitano (CAM), toleran su presencia en uno de los lugares más transitados por peatones en todo el centro, probablemente por compasión o porque no llega tan frecuentemente a tocar, o porque se queda por corto tiempo o puede ser un efecto de la calidad con que interpreta música.
Camilo sigue buscando cualquier oportunidad para tocar, a pesar de su frágil condición física, y lo hace no únicamente por necesidad, también, como otros artistas, disfruta mucho compartir su música con su público y eso es una satisfacción que lo mantiene vivo.