El envío de remesas desde Estados Unidos supone un cambio en la vida de muchos de los que las reciben. Se dice que la imagen del salvadoreño trabajador ha pasado a ser una especie en vías de extinción, ya las remesas les permiten vivir sin trabajar, dependiendo de lo que les mandan de allá. Y que tristemente esos dólares extra no suponen una mejora en su vivienda, en su alimentación, salud o educación, sino que se utiliza en ropa, zapatos, tintes de pelo, tatuajes y mil otras cosas innecesarias.
Pero no se considera que detrás de esos dólares enviados mensualmente hay toda una historia de sacrificio, como tener dos trabajos, arriesgar la salud y privarse de muchas otras cosas, ya que les toca mantener dos hogares: el de aquí y el de allá. En entrevistas realizadas por periodistas de El Diario de Hoy nos enteramos de lo que supone para esos compatriotas que han logrado establecerse después de varias décadas en USA, con un pequeño negocio, pero pendientes de las necesidades de sus familias en el terruño. Dice Candelaria, que vive en Washington D.C. que el costo para sobrevivir es alto, ya que hay que considerar $1,000 de renta, comida, transporte, ropa, más el dinero para la remesa. Pero reconoce que quienes reciben esa ayuda se acomodan, y dejar de trabajar.
Otra compatriota comenta que les duele comprobar que los que reciben las remesas andan mejor vestidos que ellos, y que en conciencia deberían trabajar y no acomodarse a vivir a costillas de otra persona. Que muchos que están dispuestos a emigrar, no tienen idea de lo que arriesgan en el viaje tan lleno de peligros, sino que al llegar a territorio americano la vida que les espera es mucho más difícil que en El Salvador. Muchos solo han cursado unos pocos años de primaria y no están dispuestos a aprender inglés, por lo que deben conformarse con trabajos con poco sueldo, que apenas les alcanza para vivir. Que no tienen acceso a atención médica, que es costosa, y tampoco la opción de viajar a El Salvador para los tratamientos que necesitan, ya que están ilegales.
Una compatriota profesional comenta que al viajar a El Salvador le llama la atención el hecho de que al visitar los restaurantes los costos de la comida son altos, pero que curiosamente siempre están llenos de familias, que evidentemente se están gastando lo de la remesa, ya que los sueldos aquí son bajos como para permitirles un gasto innecesario. Afima que, en promedio, los salvadoreños migrantes en USA trabajan 43 horas semanales, con un ingreso promedio mensual de $3,679.10, con dos trabajos y tratando de ahorrar en su alimentación, limitándose a dos tiempos, con bocaditos y comida chatarra.
En general, el sentido de solidaridad de los hermanos lejanos es admirable, pues siempre están dispuestos a ayudar, no solo con remesas, sino apoyando a sus comunidades, enviando ropa, medicinas, ambulancias y la construcción y reparación de clínicas y hospitales. Y dispuestos a darle una mano acogiendo en sus casas a los que lograron entrar ilegalmente y aún no han encontrado un trabajo, advirtiéndoles de la latente amenaza de la deportación.
Según la encuesta de Población Salvadoreña en Estados Unidos, un 49.9% tienen estatus migratorio irregular: el 19.8% tienen residencia; un 11.1% goza del TPS y un 4.4% con permisos de trabajo. Pero según datos del BCR, 25 de cada 100 hogares recibe remesas, y entre enero y agosto de este año, se recibieron $5,458.4 millones, lo que supone más de $20 millones diarios. Suena increíble, pero esto confirma que esta cifra tiene un alto peso en el PIB y en la economía del país. Vale reflexionar si el sacrificio escondido de los compatriotas de la diáspora está mejorando a sus familiares, o está fomentando la haraganería.
Maestra.