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Cafecito con Sloterdijk

Indalecio concluyó que todas las amigas eran un ejemplo perfecto de lo que Sloterdijk llamaría "conciencia cínica": reconocen las contradicciones y problemas del sistema, pero, en lugar de enfrentarlos, se adaptan y los aprovechan. Para ellas, la comodidad personal está por encima de cualquier responsabilidad ética o política.

Por Mirella Schoenenberg de Wollants
Nutrióloga y abogada

“A mí no me importa la política. Republicanos y demócratas vienen y van. Yo lo que quiero es estar bien, poder viajar y conservar mi trabajo”, dijo Rocío mientras tomaba un sorbo de café. “Por cierto, el alcalde me manda a Colombia en unos días…”.

Indalecio, de 79 años, observaba a las cuatro señoras sentadas alrededor de la mesa. Eran amigas de su hija y todas tenían alrededor de sesenta años. Las conocía desde que eran niñas en el colegio donde estudiaron juntas en San Miguel, El Salvador. Esa tarde compartían café y repostería en su casa, en Coral Gables. Todas habían migrado en diferentes tiempos y habían hecho su vida en esa hermosa ciudad. Él había seguido a su hija, María, cuando se jubiló. Desde entonces, su afán era leer cuanto libro caía en sus manos. Acababa de cerrar La Crítica de la Razón Cínica de Peter Sloterdijk, un obsequio de un amigo que había migrado a España y se lo había enviado desde ese país europeo.

Indalecio escuchaba las conversaciones con una sonrisa mientras analizaba las palabras de las amigas bajo el prisma de Sloterdijk.

- Pues yo me siento feliz— dijo María—. Estoy vendiendo casas en El Salvador como pan caliente a hermanos lejanos. Ya gané dos premios y la empresa me lleva a congresos. Sí, ya sé que están talando bosques y eliminando reservas, pero Diosito sabe lo que hace. Yo no puedo cambiar el mundo.

- ¿Y te las compran cash?- Elizabeth cuestionó.

- No, claro que no. Solo tienen para la prima entre diez y treinta mil dólares. Me toca ayudarles a gestionar créditos bancarios. Cuando la burbuja inmobiliaria que hay en El Salvador reviente, sus inmuebles costarán menos de lo que pagaron por ellos, pero, ese no es problema mío.

- Yo por eso voy a misa todos los domingos con mis consuegros— comentó Beatriz—Ellos están haciendo buenos negocios con el gobernador. Para mí, si el gobernador trabaja bien o mal, me sale sobrando. 

Indalecio recordó que la hija de Beatriz se había casado con un miembro de una familia cercana al gobernador del Estado. Era evidente que Beatriz había ajustado su brújula moral para que apuntara al éxito financiero, aunque antes no ponía un pie en la iglesia.

- A mí la verdad no me importa lo que pasa en el mundo, por eso ni veo noticias — dijo Elizabeth con una sonrisa—. Ya me jubilé, ya hice mi parte. Ahora quiero disfrutar la vida, viajar y estar tranquila.

Indalecio, en su mente, no pudo evitar hacer un análisis filosófico. Cada una de estas mujeres, pensaba, representaba el tipo de cinismo que describía Sloterdijk: sabían que el mundo estaba patas arriba, pero preferían mirar hacia otro lado.

Cuando las señoras se retiraron, llamó a su hija y le compartió su análisis.

—Empecemos con Rocío. Tu amiga viene de una familia muy católica y conservadora, y a pesar de estar divorciada, sigue allí, y ha logrado su empleo gracias a contactos. Es consciente de los juegos de poder, pero elige no cuestionarlos. Sloterdijk llamaría a esto "cinismo pragmático". Rocío sabe que la política influye en todo, pero prefiere enfocarse en conservar su trabajo y viajar, aceptando el juego sin intentar cambiarlo.

- Luego estás tú…

- ¡Ay papá! ¡Ya vas otra vez!

- Y no voy a parar de decírtelo, por el bien de tu alma. Trabajas en bienes raíces, enganchas a tus compatriotas, dices que no puedes hacer nada contra la destrucción ambiental y que "Diosito sabe lo que hace". Aquí Sloterdijk hablaría de un "cinismo religioso". Tújustificas tu inacción usando la religión para sentirte tranquila mientras disfrutas de tus ganancias. Claro, es más fácil dejarle a Dios los problemas mientras recoges tus premios.

La hija de Indalecio se rio. Él prosiguió:

- Beatriz es interesante. De repente se volvió devota, justo cuando su familia política hace negocios con el gobierno. Va a misa no por fe, sino porque la vean sus consuegros. Sloterdijk llamaría a esto "complicidad cínica". Ella sabe que hay corrupción, pero no le importa mientras salga beneficiada. Va a la iglesia, pero no para hablar con Dios, sino para hacerse notar en el club social.

Su hija soltó una carcajada.

- ¿Y Elizabeth? —preguntó.

- ¡Ah, Elizabeth!— Indalecio sonrió—. Dice que no ve noticias porque no le importa lo que pasa en el mundo. Claro, con la tecnología de hoy, evitar las noticias es casi un deporte extremo. Ella representa lo que Sloterdijk llama "cinismo evasivo". Sabe que el mundo está hecho un caos, pero prefiere disfrutar de la vida sin involucrarse. Es una especie de filosofía del "yo estoy bien, lo demás no importa".

Indalecio concluyó que todas las amigas eran un ejemplo perfecto de lo que Sloterdijk llamaría "conciencia cínica": reconocen las contradicciones y problemas del sistema, pero, en lugar de enfrentarlos, se adaptan y los aprovechan. Para ellas, la comodidad personal está por encima de cualquier responsabilidad ética o política.

- Mira, hija— dijo Indalecio con una sonrisa—. Al final, el cinismo no es más que un refugio para quienes prefieren sobrevivir sin luchar demasiado. ¡Pero qué bien les va mientras tanto!

- Ya que se ha desahogado, papá, me voy a hacer la cena y luego veré mi serie en Netflix.

María se puso de pie para dirigirse a la cocina. ¡Hasta la próxima!

Médica, Nutrióloga y Diplomada en Neurociencias

Mirellawollants2014@gmail.com

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