En el umbral del Humanismo universal; entre la vida y la muerte; la guerra y la paz; el odio y el amor; la justicia y libertad, ocurre un hecho insólito en el mundo: Abriendo sorpresivamente el umbral de Naciones Unidas tres grandes iluminados irrumpen en la última Asamblea General, dirigiendo su mensaje al Consejo de Seguridad y la maniatada Corte Internacional de Justicia. Ellos son Jesucristo, Salvador y resurrector; Moisés, mensajero de la fe mosaica y Mahoma, santo profeta de Alá. La audiencia estupefacta, escucha al inicio el mandato de Jesús: “Amaos los unos a los otros”; “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”; “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, alma y mente.” Enseguida Moisés cita tres profanados mandatos divinos: “No Matarás”; “No robarás” y “No darás falso testimonio.” Acto seguido Mahoma, profeta del Islam -cuyo su ascenso al cielo desde el Domo de la Roca en Jerusalén describe la fe musulmán- recuerda a la consternada concurrencia que el amor entre los seres humanos es un signo divino, agregando que el cielo y la tierra fallarán, pero tu fe nunca. Es en ese instante que resuenan las trompetas del Juicio Final sobre la Sede. Lo siguiente está por escribirse con gloria o vergüenza; crimen o santidad; muerte o amor divino.
Jesucristo, Moisés y Mahoma comparecen en la ONU
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