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¿Cuál será la política exterior de Trump hacia América Latina y el Caribe?

América latina está en el sexto lugar de las prioridades: el control de la migración, el tráfico de drogas y las dictaduras.

Por Manuel Orozco
Diálogo Interamericano

En América Latina y el Caribe hay interrogantes acerca de qué tan punitiva será la política de Trump con la región, qué países serán los más castigados y qué resultados tendrá Trump con estos países. No es accidental, después de todo durante su primer período renegoció el acuerdo comercial con México y Canadá, canceló la cooperación hacia Centroamérica, empezó la construcción del muro en la frontera con México, criticó y sancionó a Maduro, Ortega y a FINCIMEX en Cuba. También eliminó el TPS, se expresó peyorativamente contra países como Haití y evitó visitar la región con pocos viajes a México o Argentina.

Todo nuevo Gobierno presenta su plataforma de manera diferente. Para este nuevo mandato, Trump no ha identificado prioridades específicas sobre América Latina, por lo que es muy temprano determinar esos cambios. Para Biden las prioridades empezaron con Centroamérica (el Triángulo Norte), seguido de México y la migración, así como un poco abordar la situación de Nicaragua, Venezuela y Cuba. En el transcurso de su Presidencia, el péndulo cambió de posición algunas de esas prioridades —con Cuba hizo muy poco, con Nicaragua aplicó mínimo esfuerzo en implementar la Ley Renacer (pero hizo mucho con apoyar la oposición e integrar a los presos liberados), en Venezuela se involucró en resolver la liberación de los presos y promover una negociación hacia elecciones libres (lo cual no fue frutífero).

Bajo un Gobierno de Trump, el tema número uno es la migración, la cual es un tema de política exterior toda vez que los países de donde provienen estas nacionalidades son fundamentalmente países políticamente difíciles y están expulsando a su gente. También Estados Unidos ha aprendido a manejar la migración desde un enfoque bilateral y multilateral, por lo que queda pendiente determinar el futuro de la implementación de la declaración de Los Ángeles de parte de este nuevo Gobierno.

La única referencia adicional del rumbo de su política exterior es lo que Trump hizo en el pasado, por ejemplo, como cortar la cooperación económica a Centroamérica, o aumentar la presión política sobre Cuba, Nicaragua y Venezuela. Una continuidad de su posición significaría un gran corte ante lo que Biden realizó ya que la presión coercitiva prevaleció.

Las lecciones del corte de la asistencia hacia la región son importantes, ya que la reanudación en ayuda a Centroamérica tuvo un efecto parcial en reducir la tendencia migratoria. Sin embargo, en el tema de las dictaduras, la Administración Biden tuvo un rol menos proactivo. La ayuda a Nicaragua fue limitada, las sanciones disminuyeron, mientras que la migración explotó en casi 500,000 personas saliendo a la frontera.

Las prioridades internacionales y regionales

Al pensar en una política bajo un nuevo Gobierno de Donald Trump, hay que ponderar lo que le importe a la Administración entrante en su relación con América Latina y el Caribe.

En primer lugar, aparte del tema de defensa propiamente dicho, y basado en las propuestas de campaña electoral y otros insumos (incluyendo el referente al Project 2025) la política exterior pasará a un segundo plano y, dentro de ese contexto, las prioridades están relacionadas con los intereses estratégicos de Estados Unidos en su relación con Irán. En segundo lugar, con el Golfo, con los países exportadores de petróleo. En tercer lugar, en sostener alguna relación con Israel que no afecte más las condiciones en Palestina. Y en cuarto lugar, se ubica Ucrania y Europa en general y la relación con la OTAN.

Entonces, América Latina se encuentra en un lugar quinto o sexto en el contexto global.

Ahí depende cómo ponderen los equipos de política exterior de Trump, cada uno de los temas de América Latina. Si Nicaragua, Venezuela y Cuba tienen prioridad por encima de otros problemas políticos, como el conflicto en Bolivia, la inestabilidad en Haití, el problema migratorio en el Triángulo Norte, o el problema de exportación de fentanilo desde México, sin olvidar el comercio y la inversión de Estados Unidos (nearshoring en particular).

En los últimos 20 años la prioridad para Estados Unidos número uno ha sido la migración y la número dos es la violencia y el tráfico de drogas, especialmente fentanilo y cocaína. Las relaciones comerciales y la gobernabilidad han competido en un tercer lugar. Hoy día, el problema de las dictaduras, en principio, se encuentra en un tercer lugar dentro de la agenda para América Latina y el Caribe. Nicaragua está subordinada a lo que pasa en Venezuela, pero depende realmente de quién esté a cargo de esa política exterior. Maduro y Ortega saben que gente como Mauricio Claver Carone, Carlos Trujillo y otros más los tienen ubicados en lugares indeseables.

En relación con el aspecto económico de relaciones comerciales la situación se vuelve más compleja porque hay acuerdos comerciales que están bajo revisión (como el que existe entre México, Estados Unidos y Canadá), otros que requieren actualizarse (CAFTA-DR); además hay consideraciones sobre cómo promover más inversión de Estados Unidos en esos países y mientras se revierte o contiene la apertura comercial de América Latina hacia China. El espectro de imponer tarifas a ciertos productos importables es muy real, y eso incluye impuestos a automóviles importados de México o manufacturas con materia prima China.

Algunos determinantes que formularían las prioridades

Todos estos temas dependen también de tres grandes realidades, primero, el equipo de Trump.

Hay un equipo trabajando, que ha venido formulando una estrategia para América Latina, que incluye personalidades con trayectoria en relación con Venezuela, Cuba y Nicaragua, que tienen sus propias perspectivas, su lectura política de lo que hay que hacer con esos regímenes.

Para éstos cada país es diferente, sin embargo. Así se observan señales acerca de la posibilidad de negociar alguna salida pragmática con Venezuela como un escenario en la mesa de negociaciones. Es muy posible que el equipo anterior que apoyó el tema de Venezuela ya no esté presente o sea incluido. Mientras tanto la situación de Cuba podrá verse desde la óptica de dejar que las cosas caigan por su propio peso y que el país colapse, o facilitar ese colapso con algún tipo de presión táctica o acercamiento al estamento militar para facilitar una transición en ese país.

Nicaragua, por otro lado, es una molestia para muchos influyentes de política exterior en el ámbito del Partido Republicano, y existe la creencia que ya es hora de poner a Ortega en su lugar. Sin embargo, esto también depende de la manera en cómo se dé cumplimiento a leyes como Renacer, y una muy probable aprobación de la propuesta de Ley Nica Act 2.0 en 2025. Este equipo, como en todo contexto de política pública, interactuará con una burocracia que generalmente tiende a ser más reactiva que proactiva, más conservadora en su actuar, en particular en la selección de instrumentos de presión.

Segundo, es importante tomar en cuenta la visión de corto o largo plazo que tengan tanto el equipo del presidente electo como del estamento burocrático. La Administración Biden veía los problemas de la región como retos a largo plazo, por lo que midió sus políticas en ese ámbito. No está claro discernir con qué urgencia el equipo de Trump contempla una política más proactiva hacia América Latina. La interrogante de cómo mostrar un cambio de política dependerá de qué temas tendrán que señalizar a la región, y con qué urgencia y resultado esperado lo hará. Además, esa visión definirá si las sanciones, las penalidades comerciales, la presión multilateral con aliados como Argentina, o maniobras militares sean la elección predilecta.

Esto último es vital ya que para Donald Trump una realidad clave es el legado que quiere dejar impreso en los libros de historia. ¿Será el legado del presidente que paró la migración, expulsó millones de migrantes irregulares?, ¿el presidente que sacó del poder a los autócratas caudillos de América Latina?, ¿el líder que demostró que paró el expansionismo comercial e inversionista chino en la región? ¿o el presidente que restauró la presencia económica y hegemónica?

Tercero, está lo que llegue a ocurrir en 2025 en América Latina y el Caribe. En el tema migratorio, aunque la migración va descendiendo, también descienden las remesas, y estas economías no tienen un modelo económico de sostenibilidad fuerte que sea viable, mientras las remesas alivian esa vulnerabilidad. Una caída de las remesas frente a un declive migratorio eventualmente implicará una nueva ola migratoria en 2026.

Por otro lado, hay elecciones conflictivas en proceso, empezando por Bolivia y Honduras (fines de 2025), y Colombia y Nicaragua (2026). Estos son factores que necesitan ser estudiados en la política exterior de la Administración entrante para anticipar su desenvolvimiento y qué harán al respecto.

Lo que está claro es que Gobiernos como los de Honduras, Nicaragua y Venezuela, políticos como Evo Morales tienen un lugar preferencialmente negativo para esta Administración entrante.

Finalmente, es importante que los países de América Latina reconozcan dos realidades, primero que para Estados Unidos desde los años noventa, este país indicó que quería mantener una relación de cooperación y alianza entre iguales, y minimizar su rol histórico de influir la política interna de sus países. Muchos países en la región no han internalizado esa realidad y necesitan hacerlo porque de ese cambio de perspectiva dependerá cómo Estados Unidos y Donald Trump seguirán vinculados. Segundo, la región necesita ejecutar una acción multilateral efectiva para:

  • Reducir la migración.
  • Contener el crimen transnacional organizado, en particular las redes de tráfico de cocaína y la manufactura y exportación de fentanilo.
  • Lidiar con las dictaduras y fuerzas autocráticas que operan en la región.
  • Promover una relación económica más estratégica que comprenda los intereses mutuos de la región más allá del libre comercio.

Estos son los parámetros bajo los cuales la Administración entrante definirá su política, y con los que los altos funcionarios a cargo decidirán sincronizarlos con la agenda más amplia que se quiere implementar con un Gobierno que tendrá una concentración de poder muy alta.

(Publicado originalmente en Confidencial. Se retoma con autorización del autor).

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América Latina Donald Trump EEUU Opinión Política Exterior

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