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Yasmín

Yo le dije que no tenía nada que agradecerme, y es verdad. Yo sólo firmé permisos. Quienes hicieron tanto por Yasmín y su hija fueron sus compañeros, sus maestros y las coordinadoras que estuvieron dispuestas a tomar esa responsabilidad extra. Fue mi jefa quien lo aprobó. Fueron los guardias de portería que muchas veces, de lo poco que tenían, guardaban para comprarle  dulces.

Por Carmen Maron
Educadora

Conocí a Yasmín el día que se le perdió su teléfono celular en el baño de mujeres. Llegó a mi oficina indignadísima junto con su mejor amiga, su mejor amigo, el compañero fiel, y la compañera chambrosa. Se notaba que tenía una personalidad fuerte y decidida, y ese día quería encontrar su teléfono.
   "Es increíble que nadie pueda dar cuenta de él", me dijo. "Si lo puse en la ventana y al darme vuelta ya no estaba. Aquí todos son testigos".
   Este tema de los teléfonos era mi pan diario de cada día. Pero nunca había oído de un teléfono que desapereciera con la dueña enfrente. "Mirá", le dije, “esa ventana da al jardín del otro edificio. Probablemente lo golpeaste sin querer y se cayó".
   "Pues entonces veamos las cámaras, porque cámaras tiene, ¿o no?".
    "No cariño, no tengo cámaras adentro de los baños, y menos en el otro edificio. Por la simple razón de que hay baños de mujeres y de hombres, y no tengo nada que andar viendo al otro lado".
     Yasmin volvió a ver al grupo que la acompañaba, cuyos integrantes masculinos estaban petrificados, y se puso roja cual marañón japonés.
   "O sea, cuando dije todos eran las mujeres...".
    "Yo sé",
   "Y de VERDAD solo me di vuelta...".
    En ese momento justo, cual película de comedia, entró el guardia de portería, con un teléfono en la mano. "Tenga, Lic. Se lo manda el jardinero del otro lado".Yasmín pasó de rojo marañón japonés a  blanco yuca.
    Se lo entregué con un  "aquí esta. Y la próxima, poné el teléfono en la cartera, el bolsón, donde querrás, menos en la ventana."
    Yasmín me cayó bien. Cuando la encontraba en el pasillo, la saludaba y le preguntaba por su teléfono viajero. Se volvió un chiste entre nosotros y me empezó a contó que era bachiller contable y quería ser contador bilingüe, por eso tomaba clases de inglés. Era una líder nata y, aunque no era brillante, poseía mucha inteligencia emocional. Fue por eso que me extrañó cuando me reportaron que no había estado asistiendo a clases. Luego, dejó de llegar del todo
       Pero un año y medio después, para mi sorpresa, Yasmín regresó a mi oficina con una niña en brazos. "Chineamos" un ratito. Se veía cansada. Ya no era aquella joven que había conocido el día del teléfono viajero.
     "Licenciada, venía a pedirle un favor... como ve, cometí un error”, me dijo mientras balanceaba a su hija en sus rodillas.
   "Un niño no es un error, Yasmín", le dije.
   "No, Licenciada. El error lo cometí yo". Y procedió a contarme la historia que, tristemente, se repite con frecuencia. Ella y su novio habían decidido que estaban listos para "la siguiente etapa de su relación" y Yasmín "salió embarazada". Cuando le contó a su novio, él le dio la clásica respuesta de "¿y cómo sé que es mío?" y desapareció. La madre de Yasmín la echó de la casa "por fácil", y una tía soltera, hermana de su padre, quien nunca le dió su apellido y había visto cinco veces en su vida, salió en su auxilio y la recibió.
   "Mi tía es buena, quiere que me supere y me va a pagar las clases, pero trabaja todo el día. Lic., no tengo dinero para una guardería y tampoco tengo con quién dejar a la niña, al menos no que yo conozca. “¿Podría?"… (empezó a llorar). ¿Podría, por favor, traer a la niña a clases?".


     Le dije que viniera el siguiente lunes y empezaron las negociaciones. Las coordinadoras y los maestros estuvieron de acuerdo. Le fui a pedir autorización a mi jefa,  preparada para una respuesta negativa. Para mi sorpresa, sólo me indicó que hiciera que el grupo firmara una carta que estaban de acuerdo con que llevara a la niña cada vez que se iniciara módulo.
     Cuando Yasmín llegó el lunes, le pedí que fuera a hablar con el grupo. Ella les contó su historia y ellos accedieron a que llevara a su hija a clase. Yo esperaba, sinceramente, un total caos, pero la niña dormía plácidamente durante las clases. Así pasó un año, y dos.  La niña creció con los compañeros de Yasmín, quienes también le ayudaban con juguetes, libros de colorear, plastilina y crayones. Hubo una que otra pataleta, pero en general la niña era un ángel.
     Cuado empezaba su tercer y último año, Yasmín aplicó y logró una plaza de auxiliar contable y, ¡bendito Dios!, guardería gratis, pues su empresa pertenecía  un grupo de la zona que tenían una en común. De nuevo regresó a mi oficina a hablar conmigo. ¿Podía cambiarse de horario  para la noche y, claro, traer a la niña, entonces de cuatro años?
    Había, para entonces, dos mamás más que llevaban a sus niños a clases. Estaba habiendo muchos cuestionamientos acerca de si eso era "pedagógico". Pero, increíblemente, eran los alumnos los más solidarios. Así que Yasmín y su hija comenzaron a llegar a clases en el nuevo horario. Un noche lluviosa, unos meses después, una de mis coordinadoras entró a mi oficina con una sonrisa de oreja a oreja.
 -"Adivine..."


 - "¿Qué pasó?"


  "Hay amor en el aire, Licenciada..."
   Me asomé a la puerta para ver a la hija de Yasmín, con un impermeable de patito, tomada de la mano de su mamá y del farmacéutico que iba al mismo curso.
     Yasmín se graduó del Diplomado. Su hija estaba tan emocionada ese día que se llevó todo una "cola" de globos. No tuve el corazón para quitárselos, aunque los había prometido para otra decoración, y Yasmín y su novio le decían que los dejara.
    Hace unos días me encontré a Yasmín en la ferretería. Al principio no la reconocí. Fue ella quien me dijo "¡Licenciada! ¿No se acuerda de mí?". Me presentó a su hija, que ahora tiene 11 años. En efecto, ella y el farmacéutico se casaron. Su esposo la animó a estudiar y sacó una Licenciatura en Contaduría Pública. Tiene su propia oficinita y me contó que acaban de comprar casa. También me dijo que tenía un niño de dos años. Lo cuida la tía.
   "Mi tía hizo tanto por mí. Para mis hijos, ella es su abuela. Mi mamá hasta hoy no me ha querido volver a hablar. Pero no sabe cuánto le agradezco lo de las clases..."
   Yo le dije que no tenía nada que agradecerme, y es verdad. Yo sólo firmé permisos. Quienes hicieron tanto por Yasmín y su hija fueron sus compañeros, sus maestros y las coordinadoras que estuvieron dispuestas a tomar esa responsabilidad extra. Fue mi jefa quien lo aprobó. Fueron los guardias de portería que muchas veces, de lo poco que tenían, guardaban para comprarle  dulces.
   Historias como las de Yasmín subrayan la importancia de la igualdad de  oportunidades de acceso a la educación, salud, remuneración, oportunidades laborales y movilidad social para las mujeres embarazadas y las madres solteras.  Es necesario crear una sociedad más empática, que busque dar soluciones en lugar de juzgar. Es bueno que haya congresos en defensa de la vida, pero la vida sigue después del nacimiento para la madre y el bebé.

Hay salvadoreños, como mi entonces jefa, mis compañeras de trabajo, los profesores, los guardias y los compañeros de clase de Yasmín que nos dan cátedra de lo que significa ser "provida".

La mejor "defensa de la vida", es la que se hace a diario, para que ambos madre e hijo o hija tengan la oportunidad de superarse.

Educadora.

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