“Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas al suelo, porque de él fuiste tomado. Porque polvo eres y al polvo volverás” -sentencian las Escrituras al Hombre, cuando fue expulsado del Paraíso (del cual ya se han encontrado posibles evidencias arqueológicas). Así el desterrado, sagrado y mitológico primer ser humano fue condenado a luchar por el fruto de la tierra todos los días de su vida. Por igual, recordemos que “La fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma” y que “Dios ama a quien da con alegría.” La “abeja” humana que brinda a otros sus mieles con alegría, es alguien a quien ama el Señor y es feliz viendo cómo el mundo acepta con gozo el producto de su labor. Porque cada quién gana su alegría. Más que un acto de fe, de lucha por la vida, el trabajo es un acto de amor. La vida nos hace ese mismo trato, en pos de encontrar aquello anhelado de la existencia. Mismo que siempre encuentran las almas que escapan de la oscuridad hacia la luz. Si no, que lo digan aquellos que -después de haber perdido todo- han vuelto a vivir tras el perdido prodigio de su anhelo.
Luchar tras el perdido prodigio del anahelo
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