¿Quién habría podido olvidar las imágenes de la evacuación de Kabul, la capital de Afganistán, en el transcurso de agosto de 2021 cuando la debacle del ejército afgano, después de 20 años de una presencia militar aliada encabezada por los Estados Unidos, concluyó con el regreso de los talibanes al poder? Las imágenes revelaban el pánico de una población que solo pensaba en irse, huir de un régimen que había aterrorizado en los años 90, un país importante de Asia Central.
Desgraciadamente, a partir de los años 70 y particularmente 1979, las crisis políticas lo hicieron entrar en la rivalidad de la Guerra Fría. Invasión de la ex-URSS, guerrilla con los "mudjahidine", resistencia a los soviéticos, tanto los talibanes como los soldados del "León del Panshir", Comandante Massud, el Afganistán entró en tiempos de guerra.
Los talibanes, fundamentalistas islamistas, hicieron reinar el terror de 1996 hasta 2001, instaurando el "Emirato Islamico de Afganistán".
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 tuvieron por una de sus consecuencias acelerar una intervención norteamericana y la caída de dicho régimen que acogió a Osams Ben Laden durante años. Desde entonces hasta 2021 y la entrada de los talibanes en Kabul, el emirato islámico está de regreso.
Un acuerdo con los Estados Unidos de 2020 había establecido un marco particular: por el retiro militar y, por consecuencia, el fin del apoyo político al entonces presidente Ashraf Ghani, los talibanes se comprometían a no prestar apoyo a movimientos hostiles a Washington. Sin duda, esta especificidad puede explicar la actualidad afgana: el régimen talibán se refuerza, se mantiene lejos del conflicto actual en la región del medio y próximo oriente.
En el centro de la crisis está Irán, además de los movimientos islamistas Hamas, Hezbolá y hutíes. Los talibanes parecen concentrarse sobre su terreno interno, sabiendo que el error estratégico sería entrar en el conflicto contra Israel. Realidad paradójica cuando los talibanes, reforzándose, son los adversarios o los elementos incompatibles con unos valores de libertad llevados por un occidente que está desde hace unos años enfrentando una adversidad alternativa, multiformes, resumido en la fórmula del "Sur global".
En las fronteras nacionales, los talibanes vuelven a controlar las vidas de las mujeres. Las restricciones siguen reforzándose: ya les está prohibido expresarse. Desde hace varias semanas una regla les prohíbe comunicarse, incluso entre ellas.
Las regulaciones incluyen la prohibición de que las mujeres hablen en voz alta en público y muestren sus rostros fuera de sus casas.
El « Ministerio de la promoción de la virtud y prevención al vicio" profundizó esta orientación, promulgando el 26 de octubre pasado, una ley que "impone a las mujeres no oír siqueira a voz de otra mujer".
El propio ministro, Sheikh Muhammad Khalid Hanafi, declaró: "Incluso cuando una mujer adulta reza mientras otras pasan cerca de ella, se debe abstener en rezar demasiado fuerte, para no ser oída". Estas medidas consisten en afirmar que ya pierden el derecho de intercambiar y discutir.
Las nuevas normas permiten a los mohtasabeen o la policía de la moral interferir en la vida pública de los afganos, desde cómo se visten hasta qué comen y beben.
El control sobre la educación ha sido prioritario desde 2021 tanto como sobre varias aspectos de la vida social: las salas de belleza cerraron.
La aplicación de "una interpretación sectaria" de la "shari'ya", la charia que consiste en reglas y normas musulmanas, a la vez "letra e espíritu". En Afganistán, la voz de una mujer se vuelve «awra», es decir, cubierta de igual manera que todo su cuerpo. Ya no pueden hacer "el takbir" tanto como el "Azan", es decir, las oraciones en alta voz. ¡Y cómo pensar que podrían cantar!
Los hombres también tienen prohibido mirar el cuerpo y el rostro de las mujeres.
Después de haberles prohibido trabajar fuera de su domicilio, y en tener acceso a las escuelas y universidades, el control de la palabra ilustra el cierre de la sociedad que se está volviendo cárcel. Estas medidas no son representativas de la religión musulmana, pero lo son de la visión que tienen los talibanes del ser humano tanto como de Afganistán, que se vuelve cada día un país aislado para no decir cortado, del mundo. Pilares humanos de la sociedad están puestos en tela de juicio, para poder reforzar el proyecto político absoluto de los talibanes. Ganando el desinterés internacional comprometiéndose en no prestar apoyo a los grupos hostiles a los Estados Unidos, están reforzando un oscurantismo cuya resistencia esencial son las mujeres.
Es la razón por la cual están transformando Afganistán, que ha sido durante siglos un cruce de culturas, religiones y de rutas comerciales, entre China, India y Rusia. Estas luces de la historia han desaparecido desde hace tiempo, tal como lo demostraban la destrucción de los Buddhas de Bâmiyan en 2001 y las lapidaciones de mujeres.
Hoy en día, la estrategia de control sigue idéntica pero la forma es diferente: es tomando control sobre la esencia de la sociedad, es decir, el intercambio humano, que los talibanes están haciendo de su país una cárcel contra las mujeres, pensando que constituye un elemento esencial de gloria, cuando no se trata más que de desgracia.
Politólogo francés y especialista en temas internacionales.