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Cada quien gana el fruto y su alegría

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Por Carlos Balaguer |

Más que un acto de fe, de lucha por la vida, el trabajo es un acto de amor. No puedo concebir un Paraíso sin trabajo, pues el hombre suele no ser feliz por holgazanería. Ama lo que alcanza, aunque ello le cueste el alma. El trabajar -interpretado en cierto modo como la lucha por la vida- no es exclusivo de los seres humanos. Vivir significa luchar, metro a metro, instante a instante, por la existencia. Y lo hacen en todo momento los demás animales y especies de la Tierra. En esas horas de la mañana -cuando el Sol se encienda sobre el mundo- la abeja obrera ya andará trabajando arduamente para su colmena, visitando infatigablemente jardines en su recolección de miel; la araña estará en algún lugar de la floresta, tejiendo sus redes de caza; el labrador allá en los surcos; la secretaria en sus expedientes y papeles; el científico en sus probetas; el obrero en las máquinas… El artista ante el lienzo de la vida; el músico en la partitura invisible; el actor ante el drama de sí mismo... Del boscaje surgirán la mandarina de mieles perfumadas; el coco dulce y refrescante; el grano nutricio del subsuelo. Todo ello desde el triunfo del trabajo. La cosecha como un milagro surgido del suelo y de las manos. Donde cada quien gana el fruto y su alegría del árbol de la vida y  de la historia.

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