Ardiente lámpara del ocaso nuestro idilio. Aunque ya no le recordemos; aunque la lámpara del corazón no alcance a alumbrar los recuerdos que se pierden en la memoria como huidizos celajes. En claras noches e instantes solos -al fugarnos al cuento feliz de la vida- volveremos a encontrar, allá en lo alto, la rosa mística de vespero. Veremos a la hermosa desde lejos con flores blancas en su cabellera. Y ambos nuevamente -trás los ardientes espejos del crepúsculo- nos desvaneceremos nuevamente como inalcanzables y enamorados espectros. Volverá entonces nuestro sueño a naufragar, buscándonos una y otra vez, en otros sitios, en otros rostros, en otros páramos. Nuestros besos quizá en otros labios; en los romances remotos del aire y del lejano vergel de la ilusión. Irán nuevamente a su encuentro nuestras voces. Y juntos treparemos al cielo en globo de colores, subiendo el solsticio y la escala zodiacal, a fin de contemplar desde allá el universo alguna vez inalcanzable. Así nuevamente -deslumbrados de amor- contemplaremos de nuevo nuestra estrella, quemándose en el atardecer de nuestras almas.
Ardiente lámpara del ocaso, nuestro idilio
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