Celestes astros han guiado a errantes navíos en la noche de los mares. Océanos de la vida ya olvidados, donde los amantes se prometieron un lucero, que siempre fue suyo aunque lo hubiesen olvidado. Aquel astro esplendoroso es el amor universal, que se repite más allá de los confines y se refleja en el agua de nuestra fuente interior. Mágica fuente de los rostros del tiempo que encontrábamos, desde niños, en jardines y vergeles. Cuando era fácil subir al cielo en rojos barriletes y tirarnos desde lo alto al jardín natal, colgados de un paraguas abierto, tal lo hice yo en la feliz locura de mis años de infancia. Por ello cuando salgas de noche al florecido mundo del traspatio busca al sur de la vida aquella distante estrella de cristal que arde al atardecer como última brasa crepuscular. Es el sueño nuestro; tu sueño, mi sueño, el sueño de algún alma que ama, en algún lugar del cosmos. La misma rosa universal que tuvimos ayer. La cual desaparecía un día en una rama -desvanecida por el mismo sol que la viera nacer- y al día siguiente reaparecía en otra rama, repitiéndose una y otra vez en los largos años del tiempo vivido. O quizá reflejo en la fuente aquella…
Mágica fuente de los rostros del tiempo
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