Un día que fui al mundo del traspatio encontré en el cielo la "estrella del atardecer". Supe, entonces, que esa era mi estrella. Cuando visites el mundo del traspatio, búscala, recuérdala, ámala. Wagner también se maravilló de la estrella del atardecer y la evoca en su ópera “Tannhauser, El ocaso de los dioses.” Es un mundo que apenas se percibe como una luz lejana, pero en ti. Sus doradas ciudades brillan entre celajes. A lo lejos, sus montañas se elevan, hiriendo el cobalto de los cielos. Un mundo lejano que desde aquí parece un sueño más. ¿Quiénes vivirán allá? ¿Nadie? ¿Los muertos? ¿Las almas que vendrán? ¿Los emigrantes de otras galaxias? ¿O es aquel lucero en el espacio un enorme diamante, resplandeciente y universal? Hoy sé por qué los antiguos navegantes se guiaban por los astros en la infinita noche de su ruta, de su naufragio de islas y banderas... Viendo la estrella vespertina nos evoca el amor universal. Ella es la esplendorosa "estrella del atardecer" del dorado siglo del ocaso. Un día remoto -que ya hemos olvidado- esa estrella fue nuestra. Aunque ya no lo recordemos o el aguacero del tiempo nos nuble la memoria. Nuestra memoria de alondra que viene recordando celajes desde miles de años atrás...
Enamorada estrella del atardecer
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