Poco a poco el año llega a su fin. Muchos están pensando ya en despedidas o fiestas navideñas, pero ¿qué ha pasado dentro de nuestros corazones, dentro de nuestras almas, dentro de nuestro deseo de dejar un mundo no perfecto pero un mundo digno para heredar a nuestros hijos?
Poco a poco el año llega a su fin. Muchos están pensando ya en despedidas o fiestas navideñas, pero ¿qué ha pasado dentro de nuestros corazones, dentro de nuestras almas, dentro de nuestro deseo de dejar un mundo no perfecto pero un mundo digno para heredar a nuestros hijos?
Llega el fin de año y nuevamente tenemos los deseos para el siguiente año, mientras debemos ver en los rostros de miles de hermanos salvadoreños esa desesperanza de que no se encuentra un rumbo a seguir sea como familia, como sociedad, como empleado; no se logra ver; al contrario, los rostros tristes adultos que rememoran esa desesperanza, que dibujan ese desánimo que se vive en la mayoría de la sociedad salvadoreña.
Causas habrá muchísimas; sin embargo, es el hogar el pilar de la sociedad donde sembramos los frutos, donde los cosechamos y es acá donde la familia a nivel mundial con la tecnología que ha arrasado todo --nos ha arrasado también como seres humanos amantes, pensantes-- vale la pena echar una mirada hacia atrás: ¿qué hicimos mal? Pero, sobre todo, poner toda nuestra energía y todas nuestras buenas intenciones en qué podemos cambiar esta situación. Que la desesperanza no nos venza, que sea la esperanza la meta y esa esperanza brinca, esa esperanza salta y ahí tenemos que ir nosotros tras ella para que en el momento que cada familia piense en solidaridad, en fraternidad, en empatía, en sentir lo que al otro le pasa, abrir nuestros corazones. Y, por supuesto, debemos dar más, más tiempo a nuestros seres queridos, escuchar más a los que pasan por un mal momento, ser más generosos en todos los aspectos de la vida que podamos hacerlo con los demás necesitados porque de consejos no se come, de consejos no se vive.
Hay momentos en que una sociedad se vuelve más efectiva en el momento que ayuda a otro no solo con consejos, sino con acciones. Estamos viendo familias enteras perder trabajos, ver en sus rostros la angustia de un futuro sombrío, y eso nos hace preguntarnos cómo va a vivir esta familia, cómo va a pasar la Navidad. Preguntarnos si está Dios en ese hogar o hay más dolor que Dios.
Somos nosotros los artífices de nuestro futuro, cambiar rostros de desesperanza en rostro de ánimo, de fe, de que somos un país privilegiado con un nombre tan hermoso como El Salvador pero debemos preguntarnos en la intimidad si realmente merecemos tan altivo nombre o solamente somos un nombre más porque ese nombre que tiene nuestro país nos empuja, nos llama a buscar ser El Salvador de otros.
En el momento que seamos todos eslabones de una cadena de amor la esperanza se vivirá en los rostros de cada salvadoreño, en la refrigeradora de cada salvadoreño, en el bolsillo de cada salvadoreño, en la oración de cada salvadoreño; eliminemos la palabra "desesperanza" de nuestras vidas, eliminemos la palabra tristeza de nuestras vidas, eliminemos la palabra no sé qué voy a hacer de nuestras vidas y, al contrario, como familia, como sociedad busquemos los mejores caminos.
No será fácil llevar a la esperanza, a una sociedad fraterna, solidaria; sin embargo, esos caminos serán casi siempre cuesta arriba pero en ese peregrinar hacia lo bueno está la dicha de ser una sociedad caracterizada por salir adelante venga lo que venga.
El Salvador ha sufrido embates, venimos de una guerra civil, de una guerra contra las pandillas, de terremotos y de repente aquí estamos y algo que nos considera una sociedad o que nos hace cierta diferencia con otros es esa sonrisa que tiene el salvadoreño que es tan contagiosa y que la gente que visita El Salvador se queda sorprendida de ver que aún en las peores adversidades o ver a aquella mujer que vende cosas sencillas y será poca su ganancia pero está presta a dar felicidad, a servir, a ayudar al otro.
Entonces nos toca a todos los adultos tomar la batuta de nuestras vidas y contagiarnos de esperanza, como dije, olvidemos la desesperanza, tenemos mucho más que hacer y sobre todo tenemos que trabajar de la mano con Dios de la religión que sea, eso es irrelevante. Lo importante es creer en un ser superior que nos lleve, que nos proteja y nos dé la luz para llegar a vivir en una sociedad donde la tristeza dé paso a la alegría, que haya gozo en nuestros corazones de una forma real.
No vamos a vivir de ritos externos sino que por dentro haya un verdadero cambio en cada uno de nosotros y que podamos contagiar a nuestros hijos, a nuestros compañeros de trabajo demostrar que todo es posible cuando nos lo proponemos siguiendo un camino correcto. Dificultades vamos a encontrar, puertas cerradas encontraremos pero lo más importante será llegar a buen puerto y los únicos que comandamos esa nave llamada vida somos nosotros.
No esperemos que un estado ni que otro país ni que el vecino nos resuelva nuestros problemas, eso jamás va a suceder. Somos nosotros la familia que graníticamente debe olvidar las desavenencias, las dificultades, las rivalidades y volcarnos con los mejores propósitos a llevar esperanza, cada quien tiene que cultivar esperanza en su lugar de trabajo, a su hogar, a su centro de estudios, a su centro de la familia, en el lugar donde se reúna, sea ahí aplicada.
El salvadoreño debe luchar, cada quién desde su trinchera, cada quien debe luchar en ser cercano al otro, darle vida al mandamiento que dice "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" parece fácil; sin embargo, no lo es, pero qué hermoso será el día en que todos, una sociedad tan dividida por tantos problemas que hemos sufrido, veremos que podemos salir adelante y llegar a ese puerto llamado esperanza, dejar el desánimo, la frustración, la ira a un lado y juntos. No es fácil tomarnos de la mano y caminar hacia un común derrotero; tenemos mucha religiosidad en nuestra sociedad; sin embargo, parece que no le damos vida a eso, pues predominan los ritos externos.
Somos nosotros los que debemos entender que estamos a las puertas del 2025 y es nuestro compromiso muy personal hacer que ese año las metas de felicidad, de prosperidad, de empatía se cumplan. Luchemos contra la desesperanza.