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A 100 años de su develación, las estatuas del Palacio Nacional revelan sus secretos

Hace un siglo, el gobierno salvadoreño decidió congraciarse con el de España, presidido por el rey Alfonso XIII, y develó dos estatuas de figuras históricas.

Por Carlos Cañas Dinarte | Oct 12, 2024- 06:05

Fachada del Palacio Nacional de San Salvador antes de las intervenciones de abril y mayo de 2024, en una fotografía cedida por Carlos Rodríguez Mata (Camaro27).

Son las 09:00 horas del domingo 12 de octubre de 1924. La undécima avenida de la capital salvadoreña (ahora avenida Cuscatlán) luce repleta de gente que, en torno al parque Bolívar (hoy Barrios) espera la llegada de los altos representantes del gobierno, ministros, diputados, magistrados, cuerpo diplomático acreditado e invitados especiales, todos custodiados por una compañía de la Guardia Presidencial y otra de la Guardia Nacional en uniformes de gala.

En la zona estaban ya apostadas las bandas de música de los Supremos Poderes -dirigida desde un año antes por el alemán Richard Hüttenrauch- y del Primer Regimiento de Infantería -bajo la batuta del maestro español Pedro Ferrer Rodrigo.

Frente a la fachada del segundo Palacio Nacional, en el perímetro del parque, fue construida una amplia tarima de madera y toldos de tela, para dar cobijo a todos los invitados. Según la memoria oficial correspondiente, en la construcción de esa tarima provisional se invirtieron 1,808.48 colones.

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Con el arribo del presidente Dr. Alfonso Quiñónez Molina (1874-1950), médico y presidente de la república desde marzo de 1923, las bandas comenzaron a interpretar el Himno Nacional de El Salvador y la Marcha Real de España, que precedieron a la develación de las estatuas de la reina Isabel de Castilla y del almirante Cristóbal Colón, situadas en sendas plataformas a los costados superiores de las graderías del frontispicio de la sede oficial de los tres poderes estatales salvadoreños.

Quiñónez Molina había llegado al solio presidencial luego de la masacre de mujeres en el día de Navidad de 1922, que sacó a la oposición política de la contienda electoral. En ese marco, buscaba reconocimiento y legitimación en el ámbito internacional mediante un acercamiento hacia el régimen monárquico del borbón Alfonso XIII (1886-1941). Sin embargo, sus resultados no estaban siendo los esperados. Ni el monarca ni sus más altos allegados dieron pauta para recibir al ministro plenipotenciario salvadoreño, el teniente coronel, diplomático y escritor Ismael Gómez Fuentes (1878-1934), pero sí posibilitaron la contratación de Lorenzo Coullaut Valera (Marchena, Sevilla, 12.abril.1876-Madrid, 21.agosto.1932), el más importante escultor español de inicios del siglo XX.

Estatuas- Palacio Nacional
En esta imagen hecha por el fotógrafo de la Casa Real Virgilio Muro (1891-1967), realizada el 19 de julio de 1924 y proporcionada por Federico Coullaut-Valera, figuran el ministro Fuentes (1), su esposa (2), el general Primo de Rivera (3) y el escultor Lorenzo Coullaut-Valera (4).

Hijo del ingeniero francés Louis Alfred Coullaut Boudeville, ese escultor, pintor e ilustrador vivió su infancia y primeros estudios en territorio francés, para retornar a España en la década de 1880 e ingresar a los talleres sevillanos de los maestros Susillo y Querol. Fue sobrino del escritor y diplomático Juan Valera, quien lo apoyó en el despegue de su carrera artística, cuyas obras individuales o en conjuntos escultóricos se encuentran distribuidas por diferentes espacios públicos o centros culturales de diversas ciudades de España, incluidos el Museo del Prado, la Biblioteca Nacional y el Museo Arqueológico Nacional. Lorenzo llegaría a ser abeulo del también escultor Federico Coullaut-Valera y del pedagogo, sacerdote escolapio y escritor Enrique Iniesta Coullaut-Valera, así como ascendiente de importantes profesionales ibéricos del siglo XXI.

Para el escultor, el encargo de ambas estatuas representaba un reto personal. Por un lado, buscó experimentar en ambas el uso de bronce para los cuerpos, combinado con mármol jaspeado para cabezas, rostros y manos. Además, su versión de la reina castellana sería la primera representación escultórica de ella inaugurada en el continente americano. Así se lo comentó al ministro Fuentes cuando el diplomático salvadoreño fue a visitarlo a su taller, en la tarde del 5 de julio. Dos semanas más tarde, el escultor entregó las obras terminadas al ministro Fuentes, su esposa María Castellanos Palomo, en una ceremonia encabezada por el general Miguel Primo de Rivera y Orbaneja (1870-1930), segundo marqués de la Estella (1821-1930) y dictador de España (1923-1930), acompañado por otras personalidades del gobierno español.

Embaladas en grandes cajas de madera, las estatuas fueron embarcadas en el puerto de Valencia y llegaron a La Libertad a bordo del vapor Corinto, a fines de agosto. Fueron trasladadas hasta el patio de la Dirección General de Obras Públicas, donde fueron desempacadas por el Ing. Jacinto Castellanos, el Dr. Miguel Gallegos R., el Ing. Marcos A. Letona -subsecretario de Fomento y Agricultura desde septiembre de 1923 y constructor del Teatro de San Miguel-, el ingeniero napolitano Félix Brutus Targa du Bois -jefe de la Sección de Arquitectura y Electricidad de esa Dirección General-, el ingeniero ayudante Carlos Alvarado -responsable del trazado de un detallado plano de San Salvador, en 1921- y el Ing. Julio E. Mejía -pionero de las comunicaciones eléctricas en el país-. Después, fueron trasladadas a la fachada del Palacio Nacional, donde desde fines de septiembre se habían realizado diversas labores de pintura y ornato, además del diseño de los dos espacios para colocar los pedestales de ambas figuras.

Estatuas- Palacio Nacional
En esta fotografía proporcionada por el anticuario Juan Carlos López, se observa el desembalaje de las estatuas en el patio de la Dirección General de Obras Públicas; en el orden acostumbrado aparecen: ingeniero Jacinto Castellanos, doctor Miguel Gallegos R., ingeniero Marcos A. Letona, ingeniero Brutus Targa du Bois, ingeniero ayudante Carlos Alvarado e ingeniero Julio E. Mejía.

Aquel domingo 12 de octubre, la tribuna fue ocupada primero por el Dr. Rodolfo Schönenberg -ministro de la cartera estatal conjunta de Gobernación, Fomento, Agricultura y Sanidad desde septiembre de 1923-, quien leyó un discurso en que señaló que el Palacio Nacional estaba ahora completo, con este "merecido homenaje que el pueblo de El Salvador y su Gobierno se complacen en tributar a España, nuestra madre muy querida, la que ha sabido perdonar nuestro alejamiento o desamor de algunas veces como una buena madre perdona las pequeñas faltas de sus tiernos hijos, debidas a su inexperiencia".

En nombre de la Universidad de El Salvador, hizo uso de la palabra el médico, cirujano y editor cultural Dr. Rafael Víctor Castro Ramírez (Jucuapa, 18.dic.1878-San Salvador, 06.sept.1932), quien en su perorata se concentró en destacar la obra cultural de España en América y los esplendores de su vida universitaria. Tras él, el polígrafo migueleño leyó un poema de su creación, seguido en el uso de la palabra por el sexto vizconde de Pegullal, el gallego Ángel Denesteve y Pérez de Castro (¿1871?-1955), encargado de negocios de la Legación española en San Salvador, quien agradeció el homenaje rendido por el gobierno salvadoreño a España. Los discursos del ministro salvadoreño y del diplomático español fueron publicados por el Diario Oficial (San Salvador, no. 231, tomo 97, lunes 13 de octubre de 1924, págs. 2259-2260).

Durante ese día y noche hubo conciertos en parques, funciones de gala en teatros y fiestas en clubes y casinos. En el Gimnasio Municipal (predio ahora ocupado por el Centro Escolar República de Costa Rica), la colonia española residente le ofreció una cena al Dr. Quiñónez Molina y sus invitados, hasta completar una asistencia de más de 200 personas. El ágape estuvo amenizado por la banda dirigida por el maestro Ferrer Rodrigo. El discurso de rigor fue pronunciado por el canciller Dr. Reyes Arrieta Rossi, mientras que el momento artístico corrió a cargo del poeta español Nicanor de San José y el cierre le correspondió al general y político revolucionario Enrique Bordes Mangel (Guanajuato, 1886-Tijuana, 1935), ministro plenipotenciario de México en El Salvador y decano del cuerpo diplomático acreditado.

El aparato de propaganda oficial se activó de inmediato. Al día siguiente, desde Madrid, la Legación de El Salvador envió un detallado comunicado a las salas de redacción de los principales periódicos españoles. Así, aquella información gubernamental de la inauguración de las estatuas fue reproducida en medios madrileños, zamoranos y barceloneses como El Sol, El Universo, La Publicidad, El Tiempo, La Vanguardia, ABC, El Correo de Zamora y la Revista hispanoamericana de ciencias y letras, que reprodujo fotos de las ceremonias en San Salvador.

Estatuas- Palacio Nacional
Aspecto original de la estatua de la reina Isabel de Castilla; imágenes proporcionadas por el escultor Federico Coullaut-Valera, nieto del artista.

El martes 14 de octubre, el ministro Fuentes y su esposa ofrecieron una recepción de gala en la sede de la Legación en Madrid, para homenajear a España por medio del contraalmirante Antonio Magaz y Pers (Barcelona, 1864-Madrid, 1953), segundo marqués de Magaz y vicepresidente del segundo Directorio Militar durante la dictadura de Primo de Rivera. Durante esa ceremonia con invitados selectos, al ministro salvadoreño le fue entregada la Gran Cruz de Alfonso XII para que se la hiciera llegar al Dr. Quiñónez Molina, por orden expresa emitida por el rey Alfonso XIII. Aquella fiesta mereció también destacados espacios en la prensa española y, de manera indirecta, consiguió el reconocimiento internacional buscado por el mandatario salvadoreño.

En febrero de 1925, esas ceremonias oficiales en San Salvador y Madrid culminaron con la entrega de medallas conmemorativas, elaboradas en bronce en tierra española, con la efigie de la monarca Isabel de Castilla en el anverso. En el reverso estaban los rostros del rey Alfonso XIII y del Dr. Quiñónez Molina.

El 12 de octubre de 1992, durante una manifestación de organizaciones populares en contra del Quinto Centenario de la llegada de Colón al Caribe, uno de los participantes atacó con una almádana la cabeza y la mano izquierda de la estatua del almirante de la Mar Océana. La cabeza pudo ser recolocada, pero la mano fue destruida y tuvo que ser reemplazada por una copia improvisada. Durante décadas, las inclemencias del tiempo y el humo ácido de los vehículos que recorren la avenida Cuscatlán han causado mella en el bronce de ambas estatuas y el deterioro es evidente, pese a las capas de pintura negra que les fueron aplicadas hace algunos años para tapar el color verdoso de la pátina broncínea.

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En estos tiempos de profundos revisionismos, destruir monumentos es una abierta disputa por la historia y la memoria. Mucha gente reacciona de manera emocional ante una estatua, porque les representa una historia colonialista, racista y de explotación de esclavos traídos desde territorios africanos. Sin embargo, el paisaje público conmemorativo debe ser propiedad de todos y debe reflejar intereses socioculturales diversos.

Estatuas- Palacio Nacional
En esta fotografía de Camaro27, resultan evidentes los daños en la mano izquierda y traje metálico de la estatua de Colón.

Borrar memorias e historias siempre persigue una substitución interesada de las mismas. Lo importante es que la educación y los medios difundan mensajes suficientemente cargados de contenido para que cada monumento sea valorado en su verdadera esencia, para que sea la misma comunidad la que discuta su destino. El más recomendable es llevar cada pieza artística del ayer a un museo, donde se le pueda contextualizar y presentar a las nuevas generaciones como herencia de un pasado polémico del que se debe aprender para así no repetir errores y horrores.

AGRADECIMIENTOS
Este artículo fue posible gracias a los aportes documentales y fotográficos del escultor Federico Coullaut-Valera y del psiquiatra Dr. Rafael Coullaut-Valera Jáuregui, así como de la Cofradía Prendimiento de Hellín -depositaria de gran parte del archivo del escultor Lorenzo Coullaut-Valera-, del Ayuntamiento de Marchena, del anticuario salvadoreño Juan Carlos López y del fotógrafo Carlos Rodríguez Mata (Camaro27).

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