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Crónicamente “on line”

Cuando se interactúa solo por Internet es muy fácil “no dar la cara” o refugiarse detrás de la máscara de un avatar… un tema que lleva con mucha facilidad a olvidarse que detrás de cada post, de cada tuit (no sé cómo se llama ahora lo que se sube a X), de cada “reel” de Instagram, hay personas concretas, seres humanos no solo de carne y hueso sino personas con sentimientos, planes, méritos, intereses, estados de ánimo, etc.

Por Carlos Mayora Re
Ingeniero @carlosmayorare

Unas de las mejores consecuencias de la omnipresencia de la Internet en nuestras vidas, es tener a la mano (literalmente) información relevante, facilidad de comunicación “casi” sin intermediarios, posibilidades infinitas de entretenimiento, etc.

Sin embargo, esa moneda tiene otra cara. Y tiene que ver con que -Internet mediante- nuestra mente no termina de poner una clara frontera entre lo virtual, lo que está en línea, y lo real, lo que sucede en el mundo material. Llegando al extremo de simplificar lo que pasa y a encasillar el ancho mundo en cajones con etiquetas sacadas de nuestra experiencia virtual, a juzgar todo lo que pasa con los ritmos con que se nos presentan las cosas en las pantallas: primar la inmediatez por encima de lo mediado; dar crédito a lo nuevo, lo actual o instantáneo, simplemente por ser novedad; juzgar demasiado las personas y las cosas por las apariencias; primar lo sentimental por encima de lo intelectual… y un largo etcétera.

Para muestra un botón. Un profesor de literatura en una ciudad de los Estados Unidos, tuvo la excelente idea de relacionar a sus alumnos de octavo grado con jóvenes que vivían en el lejano oriente. Para los norteamericanos era una oportunidad de conocer otra cultura y para los foráneos una oportunidad de practicar inglés.

Los americanos se entusiasmaron con sus corresponsales electrónicos, y su interés por personas a quienes accedían por medios virtuales fue en crecimiento, llegando, incluso, a forjar amistades. Hasta aquí, todo bien. Sin embargo, conversando en la sala de maestros, otro profesor hizo la observación a su colega acerca de si había reparado que adjunto al aula donde tenía su clase, precisamente con el mismo horario, tenía lugar una clase de inglés e introducción a la cultura norteamericana para estudiantes hijos de inmigrantes, y que -además- si había visto cómo tanto a la entrada como a la salida sus alumnos se mezclaban físicamente con los extranjeros, pero no hacían ningún intento para entrar en comunicación.

La situación era paradójica: la tecnología había acercado a los lejanos y alejado a los cercanos… Quizá porque el “riesgo” que comportan las relaciones virtuales no se compara al que tienen las relaciones interpersonales. O, tal vez, porque los vecinos de aula, para los alumnos de nuestro profesor, no “existían” del mismo modo que sus corresponsales asiáticos.

A fin de cuentas, cuando se difumina tanto la barrera entre lo real y lo virtual, Internet ya no es algo a lo que se entra a través de una pantalla, sino el mundo mismo. ¿Lo real, lo realmente real, como queda? No “queda”, simplemente está allí, pero con unas consecuencias e interacciones mucho más pálidas y/o débiles que las que se establece entre un adolescente y sus canales preferidos de Tik Tok.

Esto explica el creciente interés por las identidades generales por encima de las personales, como la zodiacales (¿de qué signo eres?), las generacionales (soy Millenial… y por eso me “pasa” esto y lo otro). Y, concomitantemente, la disminución del interés por lo personal, por lo individual.

Cuando se interactúa solo por Internet es muy fácil “no dar la cara” o refugiarse detrás de la máscara de un avatar… un tema que lleva con mucha facilidad a olvidarse que detrás de cada post, de cada tuit (no sé cómo se llama ahora lo que se sube a X), de cada “reel” de Instagram, hay personas concretas, seres humanos no solo de carne y hueso sino personas con sentimientos, planes, méritos, intereses, estados de ánimo, etc.

Una situación que, además, también funciona en el sentido inverso. Pues detrás de todos los contenidos de Internet -aunque no nos demos cuenta de ello, o precisamente por ello- también hay personas concretas que utilizan la herramienta para influenciar tendencias, preferencias, valores e intereses de quienes los copian. Es decir, nosotros.

Ingeniero/@carlosmayorare

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