Las mujeres rurales ocupan un rol predominante en la producción de alimentos a pequeña escala, la preservación de la biodiversidad, la recuperación de prácticas agroecológicas y, por tanto, en la garantía de la soberanía y la seguridad alimentaria y nutricional de un país. La Agricultura Familiar y la Economía del Cuidado tienen como característica en común el trabajo no remunerado que se realiza al servicio de la familia, el cual generalmente es realizado por las mujeres.
Los agricultores familiares adoptan diversas estrategias para aumentar y diversificar sus ingresos y medios de subsistencia. Estas estrategias suelen ser de género: los hombres en su mayoría se centran en los cultivos lucrativos, o migrar como trabajadores estacionales o permanentes; mientras que las mujeres cultivan la tierra familiar para el consumo de las familias, cuidan al pequeño ganado y procesan o venden parte de su producción en los mercados locales.
Las mujeres rurales participan en actividades agrícolas garantizando la seguridad alimentaria de sus familias y para diversificar las fuentes de ingresos. Contribuyen a la agricultura familiar con su trabajo y conocimiento de las prácticas agrícolas y la biodiversidad. Su trabajo fuera de la finca es a menudo poco cualificado y mal pagado, pero es fundamental ya que contribuye a la mitigación de los problemas que afectan a la agricultura, como sequías, inundaciones o fluctuaciones económicas.
Las mujeres tienen una mayor carga de trabajo que los hombres, ya que tienen que combinar o llevar de manera simultánea las actividades agrícolas con las responsabilidades domésticas como cocinar, limpiar, recolectar leña y agua, el cuidado de los niños y los ancianos y a menudo actividades no agrícolas como el comercio en el mercado local. Esto lleva a una pobreza de tiempo que tiene como consecuencia la pérdida de oportunidades de las mujeres para participar en la capacitación, acceder a empleos fuera de la granja familiar o participar en organizaciones rurales. En comparación con los hombres, las mujeres suelen tener un acceso más limitado a la educación, la tierra, la infraestructura, los insumos, los servicios y las redes de seguridad. Tienen menos poder de decisión dentro de los hogares y las comunidades; y es más probable que experimenten discriminación y violencia de género.
El no ser dueñas de la tierra que trabajan ni de bienes inmuebles, incide en su falta de acceso a créditos al no contar con las garantías tradicionales requeridas. Además, enfrentan limitaciones en su acceso a los recursos públicos de apoyo a las productoras locales y en el acceso a mercados nacionales e internacionales para sus productos.
Las inversiones en programas agrícolas rurales ayudarían al país a ser más autosuficientes, mitigar el impacto de las crisis severas de salud, ambientales o de otra índole, aumentar la prosperidad rural, garantizar sistemas y cadenas de producción alimentaria más sostenibles, y crear una mayor resiliencia en comunidades vulnerables. El desarrollo económico en la agricultura es dos o tres veces más efectivo para reducir la pobreza y la inseguridad alimentaria que el crecimiento en otros sectores. Las inversiones en agricultura a pequeña escala, en particular, pueden ayudar a revivir la producción de alimentos y crear empleos.
El importante papel de las mujeres en la agricultura familiar presenta muchas oportunidades para mejorar su empoderamiento económico y social como productores, comerciantes, trabajadores y empresarios. Si las mujeres tienen el mismo acceso que los hombres a los recursos productivos, los servicios de apoyo, las tecnologías y los préstamos, pueden contribuir a mejorar la productividad agrícola a nivel nacional. La ampliación de las opciones de las mujeres en la agricultura familiar es, por lo tanto, una solución beneficiosa para todos: contribuye al fortalecimiento de los derechos de las mujeres y, al mismo tiempo, aumenta la productividad agrícola y fortalece las economías rurales en general.
El programa Cosechando Sonrisas que estoy dirigiendo es una oportunidad para reivindicar los derechos de las mujeres rurales; de abordarlas en su diversidad, y en base a ello fortalecer el apoyo que responda a sus necesidades como mujeres productoras, como jefas de sus hogares y como líderes de sus comunidades. Con dicho programa les brindamos las herramientas necesarias para cultivar con mayor rendimiento, ya que se les brinda la asesoría técnica desde la siembra hasta la cosecha, además les entregamos la semilla y el abono; todo esto de manera gratuita, con un valor agregado de encaminar a las mujeres productoras a la comercialización de los alimentos que cosechan en los mercados existentes, siendo este un aporte a la seguridad alimentaria de las familias salvadoreñas.
¡Necesitamos más acciones para fortalecer la Agricultura!
Ingeniera.