Por Esta semana, el mandante salvadoreño tuvo sus quince minutos de gloria en el podio de las Naciones Unidas.
Lo único nuevo en su discurso, fue su traje, a la usanza de la moda “Nayib” que desea imponer, así como en el siglo XX existió el traje estilo Nehru, por cierto, muy parecido a lo que el mencionado mandante usa para sus grandes ocasiones. En la toma de posesión, fue uno negro, bordado en oro excesivamente, diría yo, con ribetes y forro del mismo color. Ante los militares usó uno que, por las luces que lo alumbraban, a veces lo veía gris y a veces verdoso, del mismo estilo pero un poco menos ostentoso. Y el azul con pedrería plateada que estrenó en la ONU, de solapa cruzada, abotonada al lado derecho y con mangas que parecían drapeadas. Posiblemente haya lucido otros en diferentes ocasiones, pero son los tres modelos que he podido ver. No digo admirar, porque en realidad me parecen casi una burla para una población como la nuestra, sencilla y sin ínfulas para aparentar lo que no es.
Disculpen que me tomé el tiempo hablando de moda, pero es que, como dije al principio, en esos minutos de fama fue lo único nuevo: el resto, repetir lo que ya nos tiene hasta el copete, lo de su maravilloso plan de seguridad que ha dado resultados que tienen al mundo abriendo la boca, su maravilloso desempeño como gobernante, el maravilloso país que ha creado “en tan sólo cinco años” (repetía jubiloso), después de haberlo recibido hecho añicos. Ah, y también regañó al mundo por la debacle en que está sumido, mientras El Salvador, por el contrario, es un remanso de paz, de derechos humanos cumplidos, de periodistas, opositores y población viviendo en un sistema de absolutas libertades. Ha encarcelado a miles, pero liberado a millones, dijo con soberbia. El mundo se oscurece, pero nuestro país, el más pequeño de América, es un refugio de esperanza. ¿Qué habrá querido decir?
Porque los índices que clasifican a los países para determinar su grado de libertades, transparencia, desarrollo económico, educación, buena salud, sostenibilidad, medio ambiente, etc., todos, absolutamente todos, han desmejorado ostensiblemente. Y si todavía el actual gobierno es erróneamente calificado como bueno, se debe exclusivamente a los millones que se gastan en mantener un ejército de troles y medios pagados, a fin de enaltecer de manera permanente la imagen presidencial. La que, por cierto, internamente ya no es tan idolatrada como lo fue.
Especialmente, llamó mi atención cuando declara enfáticamente que en nuestro país “no encarcelamos a nuestra oposición, no censuramos opiniones, no confiscamos bienes de quienes piensan diferente, no arrestamos a las personas por expresar sus ideas". Sin embargo, las denuncias sobre muchos desaparecidos que no dejan rastro, sobre encarcelados sin causa que lo justifique, los numerosos profesionales, periodistas u opositores que han debido dejar el país solamente por exponer sus ideas, contrarias al régimen, así como bienes expropiados no solamente de una persona, sino de toda su parentela sin que hayan sido vencidos en juicio, echan por tierra esas frases que, con tanto aplomo, expresó ante las Naciones Unidas. ¡Qué ironía!
Los periodistas independientes seguirán investigando y publicando sus hallazgos, que son muchos y tenebrosos. Y algún día los salvadoreños y, ojalá, el mundo entero, conoceremos toda la verdad.
Empresaria.