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La vida de Amílcar tras condena del régimen de excepción

El adolescente fue condenado a 2 años de cárcel solo con el testimonio de un policía. Ahora Amílcar lucha por continuar sus estudios, ser bachiller y trabajar

Por Lissette Lemus | Sep 23, 2024- 06:00

Amílcar camina más de media hora a través de una montaña para ir a clases. Foto EDH/ Lissette Lemus

Amílcar regresó a su vivienda después de dos años de estar preso, no encontró a su padrastro y su familia estaba más sumida en la pobreza. El régimen de excepción no solo se encargó de aumentar esa precariedad para vivir, sino que también provocó que su familia viviera entre la tristeza y la impotencia de perder a un ser querido.

La desgracia para la familia inició en los primeros días de abril de 2022, cuando policías llegaron a su casa y le mostraron una foto que él mismo había subido meses antes en su Facebook.

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El adolescente vivía con su abuela, su madre, su padrastro y hermanos en una vivienda construida de paredes de lodo localizada en la cima de una montaña en la jurisdicción de Tacuba, donde el único acceso es una vereda empinada y resbaladiza.

En la casa, las pertenencias de la familia se cuentan con los dedos, camas de pita, una piedra de moler, una cocina de leña, una plancha y unas sillas de plástico. Los únicos "lujos" son un celular de baja gama, una computadora y una tablet que el ministerio de Educación ha entregado a los menores para sus tareas, pero que se les dificulta usar porque no tienen acceso a internet.

Por las tardes y fines de semana, Amílcar se dedica a cuidar la milpa. Foto EDH/ Lissette Lemus

"¿Este sos vos?" le preguntó el agente a Amílcar, mostrándole la foto, el adolescente de 16 años no dudo en decirle que sí. La fotografía que el policía llevaba era un selfie que Amílcar se había tomado en su casa y la había compartido en su perfil de Facebook, meses atrás.

Sin ninguna orden de captura y sin más explicaciones, el policía le dijo que se lo llevaría para investigarlo y junto a él también esposaron a su padrastro, Francisco Antonio M. M., un agricultor de 44 años. De la vivienda se los llevaron por los angostos caminos rurales hasta llegar al lugar donde hay acceso vehicular, fue hasta en el puesto policial de Tacuba donde les explicaron que serían acusados de ser colaboradores de pandillas, cosa que Amílcar niega rotundamente.

Posteriormente, los detenidos fueron trasladados a la delegación de Ahuachapán para completar el papeleo de la detención y una verificación física con el fin de comprobar si alguno de ellos tenía tatuajes alusivos a las pandillas.

Inicio de una pesadilla

Amílcar hasta ese momento no tenía muy claro qué era exactamente el régimen de excepción, pues sus días transcurrían entre sus clases en la escuela del cantón y los trabajos de agricultura junto a su padrastro, pues los dos habían asumido la responsabilidad para llevar el sustento de su abuela, una señora de más de 60 años, su madre sorda y sus cuatro hermanos menores entre los cinco y 15 años.

Al terminar los trámites, ambos fueron subidos en una patrulla rumbo las bartolinas de Atiquizaya, ninguno de los dos sospechó que esa sería la última vez que se verían y aunque era prohibido que hablaran entre ellos, Francisco al ver la preocupación de su hijastro le dijo que no se preocupara, que "primero Dios" pronto saldrían.

Francisco fue recluido en las bartolinas de Atiquizaya, previo a ser enviado al penal de Mariona, mientras que Amílcar fue llevado a las instalaciones del Cuerpo de Agentes Municipales de Santa Ana (CAM), lugar que había sido destinado para los menores capturados en la zona occidental.

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El adolescente estuvo ocho días en las bartolinas del CAM, luego permaneció siete días en un centro de internamiento en Ilopango, donde sólo había personas civiles, según relata.

"Ahí, poco veíamos la luz, solo pasamos encerrados y dormíamos en unas colchonetas. El lugar era pequeño, pero quizás habíamos unos cuarenta. De ahí nos llevaron a la primera audiencia", recuerda.

Hasta ese momento, pese que ya llevaba 15 días detenido, no había tenido comunicación con el abogado que el Estado le había asignado. En el desarrollo de la diligencia judicial supo que sería procesado en grupo con 20 adolescentes más, 15 hombres y 5 mujeres, todos de Ahuachapán, dice que a algunos los conocía de vista y a otros nunca los había visto.

Al final de la audiencia grupal, el abogado les explicó que el juzgado no había querido liberar a ninguno y que había ordenado que pasarán 90 días en reclusión dentro de un penal de menores mientras la Fiscalía investigaba.

Amílcar entre la milpa. Foto EDH/ Lissette Lemus

Ese día aunque su abuela se encontraba afuera del juzgado, Amílcar no la vio, porque a los familiares se les prohíbe ingresar a las audiencias. "Algunos lloraron, yo estaba triste, pero no tenía con quien hablar", recuerda.

El siguiente destino fue el centro de menores de Ilobasco, recuerda que cuando les comunicaron que serían recluidos ahí, les invadió el temor y todos pensaron que les esperaba lo peor.

Sin embargo, los primeros dos días pasaron dentro de una celda de adaptación, donde ya había otros menores y luego fueron enviados a otras celdas, siempre de civiles.

"Fue difícil, el primer día, yo pensaba en todo el tiempo que tenía que estar ahí. En el primer mes, nos sacaban cada tres días a jugar pelota, a tomar sol y a chapodar la grama", explica.

Al llegar al centro de menores se sintió aliviado cuando se dio cuenta que el estudio es obligatorio y no perdería el año escolar, uno de sus sueños es ser bachiller.

"Allá no hay acceso a teléfono y computadora, uno tiene que poner más atención en las clases, más dedicación porque también dejan tareas y ahí solamente uno tiene cuadernos y lapiceros" relata.

Además de las clases, los internos deben pasar por talleres de aprendizaje de carpintería, sastrería, panadería, dibujo y agricultura. Él fue asignado al taller de carpintería.

Aunque el Juzgado había establecido 90 días para la etapa de investigación, dice que la audiencia preparatoria fue realizada varios meses más tarde y un mes después enfrentó el juicio, al cual llegó con la esperanza de salir en libertad, pues no acepta haber colaborado con la pandilla.

Sin embargo, el adolescente relata que en el juicio, que duró aproximadamente dos horas, un agente declaró que lo había visto platicando en varias ocasiones con los pandilleros de la zona y eso fue suficiente para ser condenado a dos años de internamiento por "la conducta antisocial".

En la vivienda no cuentan con servicio de agua potable, sino que deben llevarla en cántaros desde un nacimiento.| Foto EDH / Lissette Lemus

"Me sentí mal cuando vi a mi abuela y a mi madre afuera y estaban llorando, porque al igual que yo, ellas llegaron con la esperanza de que iba a salir", manifiesta.

El temor de las dos mujeres era que al seguir en prisión, el joven corriera con el triste destino que su padrastro, quien a esa fecha ya había fallecido, tras ser liberado gravemente enfermo, después de permanecer varios meses en el penal de Mariona, pero Amílcar ni siquiera lo supo.

Después de seis meses en prisión, Francisco regresó el 29 de octubre de 2022 a la casa, estaba cadavérico, irreconocible para su familia y vecinos. Un muchacho, que la familia no sabe quién era, lo iba ayudando porque el agricultor no era capaz de caminar por sí mismo.

Se quejaba de un dolor en las costillas por los golpes que había recibido en el penal de Mariona y fue empeorando hasta que murió.

A cumplir pena

Luego de la audiencia Amílcar regresó al penal de Ilobasco, para el cumplimiento de la condena. "Al regresar al penal lloré al pensar el tiempo que pasaría ahí y yo quería estar libre"; manifiesta.

Cuatro meses después junto a otros adolescentes fue trasladado a una prisión para menores en Ahuachapán. En los traslados, que usualmente se hacen en la noche, en los que participan agentes de la policía y soldados, a los reos no se les permite llevar absolutamente nada, solamente la ropa que andan puesta en ese momento.

Entre las clases, los talleres, los castigos colectivos cuando otros internos se portaban mal, la nostalgia de no saber a su familia, Amílcar cumplió los dos años de internamiento.

El 19 de abril de este año, el juzgado decretó que Amílcar fuera puesto en libertad en los próximos dos días, sin embargo, fue liberado hasta el 7 de mayo. Fueron días de incertidumbre al no tener ningún tipo de información del porqué no lo dejaban salir.

"Cuando me llegaron a llamar y me dijeron que iba para afuera sentí una gran alegría porque iba a estar de regreso con mi familia, después de tanto tiempo", expresa, mientras hace un esfuerzo para no llorar.

Amílcar se emociona cuando recuerda que afuera estaban esperándolo su madre, una tía y su abuela y lo primero que hizo fue abrazarlas. Mientras iban en el bus, con su lenguaje empírico a señas, su madre le dijo que su padrastro había fallecido, por un momento él pensó que no había entendido bien lo que ella intentaba decirle, pero luego su abuela le confirmó lo sucedido.

"Fue desesperanzador porque yo pensé que lo iba a encontrar aquí para seguir trabajando en la milpa como siempre, pensé que nos íbamos a volver a ver", se lamenta Amílcar.

La abuela de Amílcar en su vivienda en Tacuba. Foto EDH/ Lissette Lemus

Los primeros días fueron difíciles por la ausencia de su padrastro y por problemas de salud en la piel que llevaba del penal. Ante la falta de dinero, su abuela optó por la medicina natural y le preparó baños con plantas naturales.

Dos semanas después Amílcar le pidió a su abuela que lo acompañara a la escuela para matricularse y poder seguir sus estudios, pues su sueño es finalizar el bachillerato y conseguir un empleo para poder ayudar a su familia.

Al regresar se encontró con la curiosidad de sus compañeros de cómo es estar preso, ante lo cual el adolescente les resumió que "es algo que no se le desea a nadie".

Además de estudiar, Amílcar se ha dedicado a sembrar maíz con la ayuda de su abuela, de 64 años de edad y su madre, ante una situación grave de pobreza.

El joven, que ahora tiene 18 años, sostiene que fue condenado de manera injusta, niega que haya colaborado en algún momento con las estructuras criminales, pero solo es su palabra, contra la de todo un sistema de justicia, denunciado ante organismos de Derechos Humanos a nivel interamericano de no respetar el debido proceso.

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