“¿Desde cuándo no lloras?” –preguntó el Destino al hombre que no sonreía. “Ya no recuerdo –contestó aquel. Mis ojos se secaron hace mucho tiempo y se volvieron de piedra.” “Pero aún las piedras lloran cuando una lluvia se escurre sobre ellos desde lo alto –contradijo el Destino—. Si no, mira las rocas de un manantial. Siempre están húmedas y frescas.” “Ante los dolores vividos decidí no malgastar una lágrima más” –argumentó el sin sonrisa. “Si las lágrimas del mundo fueran estrellas llenarían el Universo entero –advirtió el Hado. No obstante, siempre encontrarás gente que sonría, aunque no haya sol ni estrellas.” “Me hice fuerte a golpes. Sólo los débiles lloran” –refutó el de la risa borrada. “Aún los valientes han llorado alguna vez –comentó el Destino. Aunque lo hayan hecho a solas. Suelen ser las lágrimas el precio de la felicidad. Si sonríes a la vida, ella te sonreirá.” Después continuó camino. Ya a solas, el hombre que no sonreía miró al cielo estrellado y recordó el tiempo de un amor perdido. Estaba en el mundo sin nadie a quién sonreír. Entonces rompió en llanto. Tanto, que al amanecer, por fin, una sonrisa iluminó su rostro. Se había liberado del dolor y en el cielo brillarían nuevas estrellas. Ya nadie recuerda al hombre sin sonrisa. Pero seguramente sonreirá feliz en algún lugar del mundo.
Fábula del que no sonreía
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