Hace pocos días me reencontré con una pareja a quienes tengo un cuarto de siglo de conocer, pero a quienes, por diversas circunstancias de la vida, hacía muchos años que no veía. Esta pareja ha ocupado un lugar especial en mi vida, y la estima que les tengo es profunda. Durante nuestra reunión, la esposa me comentó que estaba padeciendo de la enfermedad de Parkinson. Me alivié al escuchar que su condición estaba bien controlada bajo el cuidado de su neurólogo.
Mientras conversábamos, el tema inevitablemente giró hacia el papel de la dopamina en la génesis y manejo de esta enfermedad. Durante esta charla, ella mencionó una idea que, a pesar de estar bastante difundida, resulta ser un tanto errónea: que la dopamina, el neurotransmisor crucial en el desarrollo del Parkinson, se produce principalmente en el intestino. Aunque en ese momento preferí no refutarla para no desviar el placer de nuestra reunión, esta afirmación resonó en mi mente. No pude evitar recordar una conferencia médica reciente en la que un colega me pidió hablar del concepto del "intestino como segundo cerebro". Como suele suceder, mi mente empezó a navegar por diferentes mares, saltando de idea en idea, y fue así como decidí escribir estas líneas para reflexionar sobre lo fácil que es diseminar ideas, conceptos, posturas, etc., que uno cree entender o incluso dominar, pero no es así.
Voy a iniciar la reflexión con una sucinta explicación, pero necesaria, para poder llegar al punto deseado:
Para entender cómo se produce la dopamina, es importante primero entender su origen biológico:La dopamina, cuya producción alterada es la causa de la enfermedad de Parkinson, es un neurotransmisor fundamental que se produce principalmente en las neuronas dopaminérgicas del cerebro, y sigue un camino específico.
La pérdida de dopamina producida en el cerebroes precisamente lo que causa los síntomas característicos del Parkinson, como los temblores, la rigidez muscular y la lentitud de movimiento.
Es cierto que el intestino produce dopamina, y este hecho ha llevado a la confusión sobre su rol en enfermedades neurológicas como el Parkinson. Sin embargo, es crucial entender que la dopamina intestinal cumple una función completamente diferente. No actúa como neurotransmisor en el cerebro, principalmente porque no puede cruzar la barrera hematoencefálica. Por lo tanto, aunque el intestino es un importante sitio de producción de dopamina, esta no influye en los procesos cerebrales relacionados con el Parkinson.
La idea de que el intestino es un "segundo cerebro" se basa en la existencia del sistema nervioso entérico (SNE), una vasta red de neuronas que recubre las paredes del tracto gastrointestinal y que puede operar de manera autónoma del cerebro principal, pero no tiene la capacidad de pensamiento consciente, memoria o toma de decisiones que caracteriza al cerebro principal.
La metáfora del "intestino como segundo cerebro" ilustra perfectamente cómo conceptos científicos pueden ser malinterpretados, creando confusiones que se diseminan con rapidez. Esta confusión, aunque inofensiva en apariencia, refleja un fenómeno más amplio y problemático en nuestra sociedad: la tendencia a tomar similitudes superficiales o conexiones parciales entre conceptos y elevarlas a "verdades" absolutas, sin una comprensión profunda.
Un ejemplo notable de este fenómeno se da en el ámbito de la salud pública y la nutrición. Se ha difundido la idea de que colocando sellos de advertencia en los empaques de alimentos provenientes de la industria, se combatirá de manera efectiva la sindemia de la obesidad y las enfermedades crónicas no transmisibles. Sin embargo, esta premisa simplifica en exceso un problema mucho más complejo. El verdadero desafío radica no en los productos en sí, sino en el uso que se hace de ellos, es decir, en los hábitos de consumo. Es un problema conductual que requiere enfoques integrales, incluyendo la educación y la promoción de estilos de vida saludables, en lugar de soluciones simplistas que demonizan a ciertos productos sin abordar las raíces del problema.
Otro ejemplo similar es el rechazo que enfrentan las alternativas libres de humo para dejar de fumar, como los diferentes productos liberadores de nicotina. Se argumenta que estas alternativas son potencialmente carcinogénicas porque contienen nicotina. Sin embargo, esta afirmación ignora un matiz crucial: la nicotina, aunque adictiva, no es la sustancia que causa cáncer. Los verdaderos carcinógenos están entre las más de 6,000 sustancias que se encuentran en el humo del tabaco. Este malentendido refleja cómo se pueden crear narrativas alarmistas que distorsionan la realidad, desviando la atención de soluciones potencialmente eficaces para la reducción de daños.
Estos ejemplos subrayan la importancia de la precisión en la comunicación y la comprensión de los conceptos. La ciencia y la medicina son campos donde los detalles importan, y donde una mala interpretación puede llevar a decisiones políticas y sociales erróneas, con consecuencias significativas para la salud pública.
En un mundo saturado de información, es más crucial que nunca tener un enfoque crítico y reflexivo sobre lo que aceptamos como verdad. Las "realidades" que construimos a partir de conceptos mal comprendidos no solo pueden ser equívocas, sino también perjudiciales. Como sociedad, debemos fomentar un diálogo informado y basado en evidencia, que permita una comprensión más clara y precisa de los desafíos que enfrentamos.
Y aunque hay quienes parecen actuar guiados más más con las vísceras que con la materia gris, no implica que sea real que tengamos en el intestino un segundo cerebro. Pero eso, ya será material de otro artículo.
Médico Nutriólogo y Abogado