En los últimos años se ha incrementado la necesidad de verificar los hechos y datos (“fact-cheking”), que se comunican a través de los medios, discursos políticos, declaraciones de estadistas, redes sociales, series y películas de diversas plataformas, etc.
Sin ir muy lejos, me parece útil traer a cuento algo que sucedió a raíz de la recién concluida convención del Partido Demócrata en los Estados Unidos. Pues el Times, después de someter a verificación el contenido de los discursos, publicó que bastantes de sus planteamientos y afirmaciones entraron en la categoría de “engañosos”, “exagerados”; o que “necesitan contexto”.
Así, ante la afirmación del ex presidente Obama en el sentido de que Kamala Harris iba a “unir el país”, el proceso de “fact-cheking” arrojó que en realidad parecería ser lo contrario, pues ella está muy lejos de ser alguien que suscite consensos pues es la abanderada principal de un tema que divide como las aguas del mar rojo a toda la sociedad norteamericana: el aborto. Como afirma la presidenta de una organización pro vida norteamericana “si a Joe Biden le cuesta decir la palabra aborto… Kamala Harris la grita”. “Gritos” que para unos son arengas, y aberraciones para otros.
Se podría tratar de explicar esas palabras del ex presidente, diciendo que en realidad quería decir que ella iba a unir “a todos los demócratas del país”, pero no lo dijo… por lo que dicha afirmación entra en esos dichos que necesitan contexto.
Soy consciente de que el ejemplo citado ha resultado un poco extenso de leer, pero lo traigo a cuento pues me parece un modo de ilustrar la tremenda necesidad del proceso de comprobación de hechos que tiene nuestra hiper conectada sociedad, respecto del discurso que inunda todos los tipos de medios de comunicación.
En sus orígenes, la verificación de hechos era algo específico de las redacciones periodísticas, y se encargaba de revisar los datos y hechos de una noticia antes de su publicación, por la primordial necesidad de mantener la confianza del público en la verdad de lo informado, y la consecuencia secundaria -pero no menos importante- de evitar complicaciones legales derivadas de publicar información mendaz.
Hoy día, ante el tsunami de “información” al que estamos sometidos incluso sin encender la computadora o comprar un periódico impreso, no nos queda más que hacer cada uno su propio “fact-cheking” si, al menos, quiere sobrevivir sin ser engañado.
Una manera de funcionar que complica bastante el mero uso de la Internet, pues eso que se ha dado por llamar “infoxicación” (intoxicación informativa) producto no solo del volumen de datos sino también de la variopinta abundancia de canales, no solo provoca una crisis de confianza en los usuarios respecto a la veracidad de lo dicho, sino también a una cierta convicción de aquello de que en la noche, todos los gatos son pardos.
Esto provoca, también, que las tornas se hayan girado. Anteriormente, la gente tenía confianza en que lo que se informaba era verdadero, ponderado, contextualizado; y, si en algún caso, se descubría que algo no era como te lo contaban, era porque se trataba de una excepción.
Hoy día, la cosa es al revés: el consumidor sensato de información empieza por pensar que se le está engañando, intentando manipular… y no da nada por bueno, o por verdadero, hasta que comprueba por sí mismo la verdad de lo que alguien (independientemente sea un medio de comunicación, un influencer, o alguien que ha posteado algo en una red social); es decir, hasta que hace su propia verificación, su particular “fact-cheking”.
Al final; causado por las medias verdades y medias mentiras que inundan el ecosistema informativo y los más o menos celados intereses que preñan el discurso informativo, y que obliga a doble chequear todo lo que nos dicen; nos encontramos con una peligrosa erosión de un elemento esencial para la vida social: la confianza.
Ingeniero/@carlosmayorare