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El efecto Google

Vivimos una potenciación de la memoria y de la imaginación que, por ahora, es difícil concebir adónde nos conducirá. Quiera Dios que seamos capaces de añadir al conocimiento, sabiduría.

Por Mario Vega

En la antigüedad los conocimientos se transmitían de manera oral. Eso demandaba una capacidad de memorización que en el presente se la asignaríamos solo a personas muy dotadas. Se sabe que, en la antigua Grecia, por ejemplo, existía el oficio de rapsoda. Eran personas que recitaban de memoria poesías épicas, lo cual hacían en eventos públicos o festivales. Los rapsodas aprendían obras enteras de memoria. En varias sesiones podían recitar los quince mil versos de la Ilíada y los doce mil de la Odisea de Homero. Fue esa la manera como esas obras se conservaron para la posteridad.

Los contenidos que hoy forman parte de la Biblia inicialmente fueron tradiciones orales. Si nos preguntamos cómo pudieron las personas conservar los dichos y hechos de Jesús, por ejemplo, la respuesta es: debido a la capacidad de memorización que las personas poseían antes de la popularización de los libros.

La invención del alfabeto fue uno de los grandes saltos de la civilización humana. Una vez escritas, las palabras quedaron ancladas en su orden. En la época de Sócrates, los libros no eran habituales y todavía despertaban recelos. Platón coloca estas palabras en boca de Sócrates con relación a los libros: «Es olvido lo que producirán las letras en quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de los libros, llegarán al recuerdo desde fuera. Será, por tanto, la apariencia de la sabiduría, no su verdad, lo que la escritura dará a los hombres; y, cuando haya hecho de ellos entendidos en todo sin verdadera instrucción, su compañía será difícil de soportar, porque se creerán sabios en lugar de serlo».

Sócrates temía que, por culpa de la escritura, los hombres abandonaran el esfuerzo de la asimilación. Lo escrito ya no sería sabiduría propia, aprendida, parte del bagaje de cada uno, sino un apéndice externo y ajeno. Pero lo que ocurrió en realidad fue que el conocimiento disponible fue cada vez mayor que nunca, a pesar de que ese conocimiento se almacenaba fuera de la mente. Nadie recuerda todo. Almacenamos información en la mente de otros, a quienes podemos acudir a preguntar, y en los libros, que podemos consultar. El lenguaje escrito hizo posible la construcción de la memoria común, expandida y al alcance de todos. Ninguna mente puede contener todo el saber, pero, gracias a los libros, cada uno tenemos las puertas abiertas a todos los relatos y a todos los conocimientos.

En el presente nos encontramos inmersos en una nueva transición tan radical como el invento del alfabeto. Internet está cambiando el uso de la memoria y la manera del saber. Ante cualquier duda, pregunta o curiosidad, podemos acudir al Internet para encontrar una respuesta inmediata. Está demostrado que cuando tenemos la certeza de que una información está grabada, tendemos a despreocuparnos de su memorización. A esto los psicólogos sociales le han llamado «efecto Google». Un ejemplo sencillo es nuestra dificultad para retener números telefónicos, dado que están grabados en el teléfono ya no los memorizamos, algunas veces ni siquiera el número propio.

Ahora tenemos la impresión de que sabemos todo aquello que podemos localizar gracias a Google. Esto puede producir engreimiento. Pero usado correctamente, el Internet nos permite encontrar informaciones importantes, estamos ampliando las fronteras de nuestro territorio mental. Todo parece encaminarse hacia una memoria globalizada, al alcance de quien la desee. De la misma manera que el lenguaje escrito y los libros inauguraron una nueva era en la civilización, el conocimiento universal puede llevar a la humanidad a alcanzar nuevas alturas en el saber, aunque no seamos tan memoriosos como los antiguos.

Por supuesto que para acceder a Google se necesita electricidad, redes y equipo. Pero las únicas posibilidades de expandir la memoria siempre han dependido de la tecnología. Ya fuera el alfabeto, la piedra, el barro, la tinta, el papiro, el pergamino o el papel, todo fue tecnología. Como ahora lo es la red mundial del Internet. A través de ella ahora se puede ser parte del cerebro más grande, más inteligente y conocedor que ha existido nunca. Vivimos una potenciación de la memoria y de la imaginación que, por ahora, es difícil concebir adónde nos conducirá. Quiera Dios que seamos capaces de añadir al conocimiento, sabiduría.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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Cristianismo Internet Opinión Redes Sociales

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